Los rostros del barrio
Fernando González: Todos tenemos un nombreNacido «a rente» en Marzagán, donde ha vivido toda la vida y lleva 45 años detrás del mostrador de un pequeño comercio en el que todo el mundo es tratado con la proximidad de un familiar
Marzagán tienen en el pequeño comercio de Fernando González uno de sus núcleos principales. Por allí órbita parte de la vida social de esa minúscula porción de geografía situada al sur de Las Palmas de Gran Canaria, donde todo el mundo tiene un nombre y se le llama por él. Es así porque todos saben quién es Fernando, 45 años de servicio tras el mostrador, y porque él los conoce a todos tal y cómo están en sus partidas bautismales y así los llama cuando cruzan el umbral de su tienda.
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González sabe precisar el momento exacto en que su vida quedó ligada al negocio. «Te voy a decir la fecha concreta: 25 de marzo de 1980», precisa al comienzo del diálogo. Es toda una vida en la tienda, en la que primero comenzó como empleado y que ahora regenta con su esposa Sandra y el apoyo y, no es poco, la comprensión de sus dos hijos.
No es poco porque Fernando es una figura tan familiar para la gente de Marzagán debido, en parte, al tiempo que le ha robado a su propia familia. Su negocio en el centro del barrio, bajo la plaza de las Nieves, abre todos los días de la semana y eso pese a su eterna sonrisa deja secuelas. «Solo es posible si te gusta tu trabajo. No todos los días son iguales y no siempre tienes el mismo humor para venir a tratar con las personas pero pese a todo me encanta. Y gracias a mi familia, mi punto de apoyo. Mis hijos, que han entendido que como padres nos hemos sacrificado para que ellos puedan estudiar», comenta.
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Así se ha convertido en personaje troncal de la historia de este barrio. «Soy marzaganero a rente. Nacido aquí. Me encanta mi barrio, que para mí sigue siendo el de siempre», señala por su espíritu más que por su fisionomía. «Cuando era niño y fue creciendo aquí apenas había casas. Era todo terreno agrícola y se trabajaba mucho en estas tierras. Pero poco a poco fue desapareciendo y las calles creciendo», indica.
Fernando González representa a la perfección la tradición del comercio de proximidad. Lo es por su aspecto de tendero clásico, con un bolígrafo Bic acostado sobre su oreja derecha y esas gafas para ver de cerca, que cuelgan de un hilo y que se separan por el puente cuando no está leyendo o echando las cuentas. Pero lo es también por su relación con el entorno que habita.
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Una muestra al azar: en la calle se abre una ventana y una señora pronuncia el nombre de Fernando casi oculta sobre las persianas de madera que no ha terminado de desplegar. González ya sabe lo que quiere, que le guarde tres panes de los que suele venir a buscar al mediodía.
Y así ha pasado una vida entera. Con el sacrificio de estar siempre al pie del cañón. Entendiendo las necesidades entre el despacho de quinielas o la venta de una botella de aceite.
Fernando González es un hombre optimista. Como se ha encargado de dejar constancia desde el principio es una persona a la que le gusta lo que hace. Pero sí que extraña algo del viejo Marzagán en el que se convirtió en adulto. «Es curioso porque había muchos negocios. Muchas tiendas pequeñas como esta y bares. Apenas queda hoy uno en el cruce. Ahora ando yo por aquí y una señora que también tiene un pequeño comercio aquí al lado, en Cuesta Ramón», expone al hacer memoria.
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Hay una cosa de la que Fernando González está especialmente orgulloso. La pequeña cuota que le corresponde de las alegrías del barrio tras 45 años de servicio ininterrumpido. Por ejemplo con las loterías. «Hemos dado a lo largo de estos años muchos premios. Y más que deberíamos haber dado. Siempre ha sido muy satisfactorio ver que, aunque a veces ha sido para alguien de fuera que ha comprado, casi siempre era gente de Marzagán quien los ganaba». También con otra de sus especialidades cada comienzo de curso: la venta de libros de texto. «Por aquí han pasado muchas generaciones con sus padres comprando los libros. Y es gratificante ver cómo con el paso de los años van haciendo sus carreras. Incluso algún médico al que ahora vemos atender en el consultorio que hay en el barrio», señala con esa mezcla de orgullo y modestia que le caracteriza.
Fernando González no elude todos los lugares comunes del que como él trabaja de cara al público. Como el de escuchar los problemas, casi como un psicólogo, de los vecinos que vienen hasta él a por una cabeza de ajo o un paquete de tabaco y se marchan con el desahogo de haber contado sus tribulaciones. Y eso, para él, es casi tan importante como saber el nombre de sus clientes de toda la vida. «Es muy importante hablar entre nosotros porque se trata de convivir. Hoy en día en muchas ocasiones ni hablamos. Alguna vez hay gente en la tienda y entra alguien con un buenos días y nadie dice nada. Y a mí eso no me gusta. Creo que lo más bonito del mundo es saludar», asevera.
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Fernando González y su comercio son casi una especie en vías de extinción. Como los periódicos de papel que tiene en un expositor junto a la entrada de su tienda. Como esa amabilidad y cercanía que contagia y que es capaz de convencer hasta los más escépticos de que todavía merece la pena desenfundar una sonrisa para medirse a la vida.
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