
Las Palmas de Gran Canaria
Cinema Paradiso está en Las ColoradasFélix Moreno construyó en el garaje de su casa una pequeña sala para 25 personas que convive con joyas como los viejos proyectores del Royal o el Litoral
Escondido en esa cuadricula de realismo mágico que es Las Coloradas Félix Moreno levantó un cine. Moreno hoy es un hombre de calva y perilla bonachona, pero en la pared de su garaje hay fotos datadas en 1974 en las que se podría haber ofrecido como doble de Camilo Sesto, por entonces rompiendo la pana con 'Jesucristo Superstar'. Estas fotos conviven con infinidad de cartelería de todos los tiempos que habitan junto a proyectores antiguos que se encendieron en algunas de las salas más míticas de Las Palmas de Gran Canaria. Son la antesala de ese pequeño patio de butacas, con capacidad para 25 personas, en el que proyecta películas para sus amigos.
La referencia a 'Cinema Paradiso' es tal vez demasiado perezosa. Pero al revisar el clásico con el que Tornatore logró el Oscar a mejor película de habla no inglesa en 1989 es imposible no conectar con lo que sucede sobre la histórica loma de la ciudad.
No es muy difícil recrear a Félix como al pequeño Totò, aprendiendo todo desde la observación de las manos prodigiosas de su particular Alfredo, colándose en las salas de los cines del barrio de ese tiempo, lleno de vivos y cambuyoneros. Puro cine en su propia esencia.
Moreno cuenta su historia con timidez. Sus palabras están casi tan escondidas como la sala de proyección que oculta su garaje. «Desde pequeño me iba al Teatro-Cine del Puerto, el Cine Viejo como lo llamábamos, y allí hice mis pinitos como operador. Aprendí bastante pero nunca me dediqué profesionalmente a ello. Era un trabajo un poco esclavo, en el que se trabajaba casi todos los días». Ahí está de nuevo Totò, saliendo de casa para atender los recados que le encarga su madre pero tentado siempre el camino oscuro de la sala de proyección.

Sobre los viajes de Félix Moreno de sala a sala se podría contar la ciudad de antes. La que hacía vida a pie de calle. La Isleta ya era un espacio de la metrópolis con personalidad propia. Y en aquellas calles que no se desprendían nunca del olor a mar y tabaco negro los cines eran pozos de magia. El Teatro-Cine del Puerto, el Teatro-Cine Hermanos Millares, el Cine Victoria, el Cine La Luz, el Cine Litoral...
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Por aquellas andaba un joven Félix. Siempre inquieto, queriendo aprender a manejar aquellos prodigios que fascinaban a sus vecinos y amigos frente a las pantallas. Para una pregunta difícil tiene una respuesta sencilla. ¿Le gusta más el cine o los cines?: «Los cines. Lo que siempre me ha gustado es la técnica, la maquinaria, ver las salas. Las películas me gustan pero no me entusiasman tanto como la proyección. Reproducirlas. Las veo pero no me llena tanto como este mundo», expresa con esa sonrisa que ilumina todo el diálogo.
Como el polizón en un barco, Moreno se fue convirtiendo en uno más en la tripulación de la industria del cine en la ciudad. Allí fue conociendo a todos los que tenían que ver con aquella larga red de salas que se expandía por toda Las Palmas de Gran Canaria. Esos contactos son los que, en parte, le han permitido ir dotando de fondos a ese museo oculto que guarda en su casa.
«Las primeras máquinas que llegaron a este garaje llevan aquí unos 30 años», explica acariciando esas preciadas piezas de colección. «Tengo las del Litoral, las del Hermanos Millares, las últimas en llegar fueron las del Royal, que son las más modernas que tengo. No me costaron mucho dinero. Me gusta recrearme en las máquinas. Me pongo a limpiarlas y a soñar despierto», explica manteniendo la fascinación intacta de sus años del descubrimiento.
En los altillos de su garaje quedan las formas de su primera sala de proyección. Por allí fueron pasando películas en todos los formatos posibles, desde los 35 milímetros o el super 8 hasta los digitales actuales. Luego decidió ampliar el espacio, fue el momento en el que nació ese pequeña sala para la que no tiene grandes ambiciones. La quiere para compartir la vida con sus amigos.
Uno de los más frecuentes fue Francisco Melo Sansó, fallecido hace 13 meses con 94 años, y figura elemental desde múltiples facetas de la industria, siendo por último el propietario de los Monopol. «Aquí es donde le gustaba sentarse a don Francisco. Venía todas las semanas», cuenta con la emoción atorada entre ojos y garganta Moreno.
Entre toda la maquinaria, los carteles de años y años de proyecciones, los fotogramas de una vida, el recuerdo de Melo Sansó ocupa un espacio presente. Fue una figura vital para la vida de Moreno, y eso lo recuerda con Junior, hijo del fallecido empresario, y otro eterno de sus proyecciones en la corona de la ciudad.
Félix Moreno habla de su patrimonio con modestia. Es consciente de que custodia tesoros pero habla de cómo fue conseguirlos como quien envía un telegrama. «Poco a poco, no fue de un día para otro. Siempre en contacto con amigos para ir viendo dónde podía conseguir estas máquinas», expone.
Una pasión de detalles
La sala de proyecciones es, evidentemente, es espacio estrella del garaje de Félix Moreno. Hay un par de coches aparcado allí dentro, pero cuando se cruza la puerta se hacen invisibles, se difuminan ante los objetos con los que conviven. Es imposible no curiosear, no tocar esos antiguos ingenios mecánicos de los que brotaban las imágenes hacia las pantallas.



Félix Moreno ama los cines y eso lo edifica con detalle. En su garaje hay maquetas hermosas de cines que el ha imaginado. Construidas con todo el mimo, con sus salas, sus bares, sus anfiteatros y sus carteleras colgadas en las fachadas. Una muestra más de un amor eterno.
Alfredo despide entre lágrimas a Totò, al pie de las vías del tren, en una de las escenas más hermosas de la historia del cine. Con sus manos agarrando su rostro le dijo: «Hagas lo que hagas, ámalo. Como amabas de pequeño la cabina del Paradiso». Una frase para contar la vida de Félix.
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