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David Ojeda, Juan Carlos Alonso y Arcadio Suárez (reportaje fotográfico) y Jaime Perea (diseño)
Las Palmas de Gran Canaria
Sábado, 9 de marzo 2024
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Las Palmas de Gran Canaria fue la capital mundial de las salas de cine. La ciudad atlántica, por la que las tendencias del mundo navegaban antes que por la España continental en el siglo pasado, todavía guarda los esqueletos de al menos una decena de templos de la gran pantalla en los que se proyectaron los sueños de una ciudadanía menos globalizada pero que hacía de la ciudad más rica al vivirla al pie de calle.
De casi todos estos cines, monosala la mayoría, se han hecho edificios modernos y ajenos al valor cultural que los precedía. Otros, como el Cuyás o el Avellaneda –hoy Teatro Guiniguada–, han sido reconstruidos por y para la actividad intelectual, defendiendo la cultura y programando como pocos en la escena nacional. Y otros ahí quedan, viendo caer de sus vigas las señales de la degradación como el paisaje tras un bombardeo.
Es el caso del San Roque, el Wood, el Litoral, La Luz, el San Cristóbal, el Universal, el Torrecine, el Rex, el Guanarteme o los multisalas Galaxy's o Monopol, estos los últimos en claudicar hace ya cuatro años. Todos repartidos por la ciudad en núcleos tan dispares como el barrio marinero o las alturas de La Isleta.
Sobre estos lugares se ha contado mucho aunque vayan perteneciendo a la memoria colectiva de generaciones añejas. Fantasías de programas dobles pagados a media peseta. El recuerdo de aquella primera vez que se iluminaba una pantalla.
Muchos tuvieron vidas posteriores, como el viejo Litoral, entre Bentagache y Blas de Lezo, convertido en un supermercado antes de tapiar sus puertas. Algunos ofrecieron noches de desenfreno en forma de discoteca, como el San Cristóbal, apenas un muro ya en el corazón de la calle Timonel, junto al clásico restaurante Los Botes.
Como sucede tradicionalmente en Las Palmas de Gran Canaria algunos de estos históricos inmuebles viven sometidos al caos de la burocracia. El Wood, alimento emocional para los vecinos de Tafira, es reclamado como centro para hacer barrio por las asociaciones vecinales desde hace más de dos décadas. Sus ventanas están todas rotas. Y un feo muro de cemento gris limita el acceso a su emblemática fachada.
Algo parecido acontece con el San Roque, también una propiedad municipal que fue cedida a la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria para que amplíe sus edificios administrativos por encima del Rectorado. Cosa que durante décadas no se ha ejecutado.
Muchas personas han trabajado en la conservación de su memoria sin que esto haya supuesto una intervención sobre su estado decrépito. El Centro de Cultura Audiovisual cuenta con la web Cinemap, que recoge la historia de estas viejas salas con una visión de isla que aborda los 21 municipios.
También la arquitecta Noemí Tejera impulsó hace años un paseo urbano que, partiendo de La Regenta, visitó espacios en los que estos antiguos paraísos se mantenían en pie sin apenas atención. «De las 122 salas de cine que se proyectaron en Gran Canaria 97 se construyeron y 25 no se llegaron a construir. En dos grandes periodos entre los años 20-30 y entre los años 40-70 (separados por el periodo de la guerra civil, 1936-1939). Además de las sociedades cinéfilas, los cineclubs. De esos 97 proyectos, 44 se encuentran situados en la capital», explicaba en las notas de aquel emocionante recorrido.
Desde su perspectiva urbanística de una ciudad que ha sostenido una evolución desmesurada, Tejera tiene claro el valor social que estos espacios tuvieron durante la creación de la cultura actual de ciudad. «Estas arquitecturas de sala única, los cines olvidados de la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria, son lo que podrían denominarse arquitecturas supervivientes. Aquellas que a partir de un cambio de uso en su programa vuelven a formar parte del discurso de la ciudad.
Algunas veces a partir de la incorporación de un nuevo uso: de sala de cine a: edificio de viviendas, oficina, bingo, centro religioso, supermercado, talleres mecánicos, discotecas o incluso de un viejo uso como puede ser el teatro… Otras veces quedan como telón de fondo, espacios vacíos de contenido a la espera de un nuevo tiempo. Hasta el momento la ciudad no cuenta con intervenciones que presenten un diálogo claro», dice.
Y ese diálogo claro convierte estos elementos populares en cadáveres de otro tiempo. Muchos de ellos conservan en su interior gran parte de la estructura que les descubrió como fundamentales centros de espectáculo para la sociedad local.
Hoy apena ver cómo no han sido reinsertados en el imaginario colectivo como sí lo han sido pocos casos, como los citados Cuyás o Guiniguada. Los que no han ido al suelo están precintados o tapiados. Es el caso del Universal en General Vives, el último testimonio de aquellos tiempos. Nacido en 1980 y cerrado en 1987, arrinconado por la llegada de los Royal y los Galaxy's. De aquello, que también fue el Laserdromo, solo queda el letrero de una inmobiliaria y una placa de hormigón sobre el pequeño ventanal donde estaba la taquilla de las entradas.
El San Cristóbal, sitiado en la actualidad por obras frente a su fachada, tiene una moderna y castigada por la erosión del mar puerta de garaje. En ella la corrosión ha hecho unos agujeros por los que se puede mirar. El curioso se encuentra con una estructura derruida, de la que solo quedan vigas, y con recipientes habilitados para que coman los gatos. Sus únicos moradores. Custodios de la memoria popular del viejo barrio, espectadores de la película de la ciudad antigua. De un tiempo acabado.
AUX STEP FOR JS
Mapa de los cines
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Melchor Sáiz-Pardo, Sara I. Belled, Álex Sánchez y Lidia Carvajal
Ignacio Tylko | Madrid y Álex Sánchez
Borja Crespo, Leticia Aróstegui y Sara I. Belled
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