
Los rostros del barrio
Carmelo León: Madera de buena cuñaSecciones
Servicios
Destacamos
Los rostros del barrio
Carmelo León: Madera de buena cuñaCarmelo León casi ha encarrilado su día por completo cuando los demás salimos de la cama. Abre los ojos a las 05.30 horas y 45 minutos después está en la puerta del Centro Deportivo de Tamaraceite; hace sus ejercicios, regresa a Los Giles, desayuna y baja a la carpintería que tiene en los bajos de su casa desde la década de 1980, cuando comenzó a batallar por ese barrio de la ultraperiferia de Las Palmas de Gran Canaria.
León fue un líder vecinal de otro tiempo. De cuando los alcaldes sabían perfectamente con quién se la veían en las calles y él, está claro, no era de los que se podían domesticar. Hoy con 77 años ve con cierta tristeza cómo los partidos políticos han colonizado las asociaciones vecinales y ha mermado su capacidad de conflicto ante los problemas.
Él sabe bien lo que es enfrentarse al poder. Durante décadas estuvo entre los que lideraron la pelea vecinal por la doble parcelación del barrio. «Fueron años muy duros en los que mucha gente pensó que se quedaba sin casa cuando teníamos toda la razón. Los solares eran nuestros y así lo dijo la justicia», recuerda.
«Compré el terreno en Los Giles en 1973, en 1980 hice mi casita y en 1986 me dieron la licencia para abrir la carpintería», rememora León como quien enseña el certificado de autenticidad de un vino gran reserva.
Carmelo León es originario de Guanarteme aunque en un salto de línea temporal, extraño en esos tiempos, hizo el camino inverso al habitual con tres años y se fue a vivir a los Altos de Guía. Años después regresó a Guanarteme y luego, al camino viejo de El Cardón, donde vivió hasta llegar a Los Giles. «Las calles eran de tierra. Y tuve que pagar un tractor para poder hacer una carretera en mi calle», explica.
Los Giles significa mucho para Carmelo León. Fue un volver a empezar. Tenía su taller de carpintería en la calle Covadonga con un provechoso contrato con la Marina en Las Palmas de Gran Canaria y el Ejército del Aire en El Aaiún. Pero un cambio de intermediarios le dejó el contador a cero y le obligó a cambiar de escenario. «Me fui cinco años a trabajar como taxista y tuve muchos problemas de cintura en aquel momento, casi tuve que operarme. Pero al final aposté por esto y gracias a Dios aquí sigo», dice.
Recuerda bien la ciudad de los primeros ochenta, trabajando especialmente en la zona del Muelle Grande. «Allí vi de todo. Los coreanos que estaban en el Puerto eran tremendos. Y había que tener mucho valor para entrar en algunos barrios del sur de la ciudad», señala entre risas.
Su calendario de aquellos tiempos eliminó los festivos y los fines de semana. Jornadas enteras para terminar las obras y entrar a vivir con su familia, con la menor de sus cuatro hijos con solo dos años de edad por aquel entonces. Y allí fue cuando comenzó su implicación social en el barrio. «Empecé a hacer cosas en el APA y de allí pasé a la asociación de vecinos. Fue entonces cuando nos topamos con que los Betancores habían puesto en el barrio una doble inmatriculación. Algo que descubrimos porque fui a pedir un préstamo para terminar las obras. Y eso fue el comienzo de la pelea», dice.
Esto no era nuevo para él. En Guanarteme ya estaba vinculado, como vicepresidente, a la Asociación de Vecinos Timanfaya. No le perdió la cara a ninguna pelea. En el camino viejo fue uno de los que se enfrentó al Ayuntamiento en los célebres conflictos con el suministro de agua tras el regreso de la democracia.
Y es que Carmelo León era una figura conocida por todos los regidores de la ciudad, desde la breve alcaldía de Manuel Bermejo hasta Juan José Cardona, tiempo ese en el que empezó a dar paso a otros en el movimiento vecinal. Mención especial merecen sus enfrentamientos con José Manuel Soria, al que culpa de ponerse de parte del otro lado en la batalla por la doble parcelación de Los Giles.
Aquel conflicto se basaba en la reivindicación por parte de la constructora Betancor de un gran número de parcelas del barrio que los vecinos defendían como suyas en un conflicto que estuvo activo casi tres décadas. «No podíamos dormir. Y mucha gente se murió enferma por la tensión de no saber qué pasaría con sus casos. Nos supimos mover y fuimos a donde hizo falta para demostrar que teníamos razón».
Carmelo León habla de aquel proceso con la sapiencia de un jurista. Cuando refiere las demandas que se cruzaron en aquel proceso las cita de memoria por su número judicial. En su casa sigue manteniendo toda la documentación de aquel proceso judicial, aunque no le quedan ganas de seguir dándole carrete en los tribunales a una herida que todavía sangra en los vecinos.
Mientras tanto sigue con su vida. Con sus manos marcadas por la ausencia de varios dedos perdidos entre el instrumental de su carpintería, en la que sigue afanado cada mañana desde muy temprano. Con su viejo Escarabajo cromado y listo para ser la envidia de las carreteras. Y con una energía que se despierta con él mucho rato antes de que salga el sol para bajar al gimnasio y mantener el cerebro con una frescura admirable. «No me sé estar quieto», confiesa.
Publicidad
Zigor Aldama y Gonzalo de las Heras (gráficos)
Antonio Paniagua y Sara I. Belled
Esta funcionalidad es exclusiva para registrados.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para registrados
¿Ya eres registrado?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.