INVESTIGACIÓN

Epidemia y celebración de las fiestas del Pino (y 2)

El presente trabajo se inserta en la denominada «historia puente» o divulgativa y no ha tenido por objeto caer en la tentación de juzgar el pasado para buscar a quien absolver y a quien condenar

VICENTE J. SUÁREZ GRIMÓN. Catedrático de Historia Moderna. Ulpgc.

Lunes, 24 de agosto 2020, 01:00

Entre las efemérides de la historia del Pino y de Teror se cuenta que sólo en una ocasión la celebración de la fiesta principal tuvo lugar en fecha distinta a la habitual, es decir, del 8 de septiembre se trasladó al 9-11-1851, después de que la epidemia de cólera morbo o asiático declarada en el verano se cobrase la vida de más de 300 vecinos-as de Teror. Aunque a principios de septiembre ya había remitido la enfermedad, el temor a un rebrote del mal obligó al traslado de todo 'el aparato y pompa' de la función religiosa al domingo 9 de noviembre. No fue la única fiesta suspendida, pero todas se hicieron «con el fin de que nadie concurriera a la indicada fiesta, para por este medio poder evitar los males que con la concurrencia de los vecinos de los pueblos se puedan ocasionar con los vapores de la gente mediante ser peligrosas las reuniones en una época tan tristes».

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La epidemia se desarrolla desde el 11 de junio hasta el 23-08-1851, a tenor de lo escrito por el párroco don Antonio Florencio Jorge: «En Teror, el primer caso conocido fue el de un individuo salido de Las Palmas huyendo de la calamidad, acometido, según se dijo, el 10 de junio y finado el 11 del mismo en Arbejales. El último caso notorio fue el de Antonio Domínguez, de 15 años, fallecido en las Rosadas y sepultado el 23 de agosto de 1851». En ese periodo, según los registros de defunciones de la parroquia, «parece haber muerto 332» personas, es decir, un 11% del total aproximado de 3.000 almas. Dado el elevado número de muertos fue necesario habilitar varios lugares de enterramiento, toda vez que el cementerio parroquial (212) no podía dar cabida a los que morían diariamente. Se abrieron sepulturas en los barrios del Palmar (1), Hoyo (1), Rosadas (2), y, en mayor medida, Arbejales (29), San Matías (31) y Los Llanos (51). Se adoptaron cuantas medidas sanitarias, materiales y de otra índole fue posible, incluida alguna de carácter anímico como la prohibición hecha -14 de junio- por el alcalde don Antonio Jiménez al párroco para que «suspendiese los dobles y los repiques de campana al salir la Realidad con el objeto de evitar la alarma que produce en las actuales circunstancias mientras dure el cólera que se padece en la ciudad de Las Palmas y del que se ha presentado alguno que otro caso en este pueblo».

Asimismo, como medida preventiva para evitar un rebrote, la fiesta principal fue aplazada del lunes 8 de septiembre hasta el domingo 9-11-1851. Se trataba de evitar males mayores por la mucha concurrencia de fieles porque la irradiación del cólera, que había tomado durante el siglo XIX el relevo de la fiebre amarilla caracterizada por su intensidad, es extraordinaria y no entiende de cordones sanitarios. La dolencia se presenta tras unos años de malas cosechas que cristalizaron en la calamidad del hambre de 1847. Aunque la crisis espiritual -desamortización, exclaustración- se había tratado de subsanar con la obra misionera del padre Claret y los esfuerzos evangelizadores del obispo don Buenaventura Codina, la idea de que esta oleada de males solo obedecía a un castigo de Dios continuaba en vigor. Es por ello que el citado obispo, previo acuerdo con el ayuntamiento de Teror, decidió el cambio de la fiesta celebrándose el domingo 9 de noviembre una función solemne y al domingo siguiente la fiesta del Nombre de Nuestra Señora. La decisión se tomó a fines del mes de agosto, cuando la gravedad de la enfermedad era menor, anunciándose a los fieles el cambio de fecha el domingo 24 de agosto. No obstante, como señala el párroco Antonio Florencio Jorge, «el concurso de gente por motivo religioso la mañana del 8 de septiembre fue grande, y de edificación para los que no lo esperaban, sacando lágrimas de ternura a algunos reflexivos. Pero, conforme con lo anunciado desde el domingo 24 de agosto, el aparato y la pompa de la función quedó para noviembre; sólo hubo el 8 de septiembre una misa cantada, puesta de manifiesto en su nicho la Santa Imagen de Nuestra Señora, por atención a los devotos fieles de otros pueblos.

La segunda ocasión en que la imagen del Pino estaba en Las Palmas el día de su festividad fue el 8-09-1811 El obispo Codina tomó la decisión de celebrar la fiesta o función el 9 de noviembre

La medida había sido planteada por el obispo Codina al párroco Antonio Florencio Jorge el 11-08-1851, y el párroco hizo saber al alcalde (Antonio Jiménez) y a «otras muchas personas de la representación de este pueblo» el contenido de lo manifestado por el obispo «sobre la conveniencia de que este año se transfiera íntegra la fiesta de la patrona». El alcalde, de forma verbal, responde al párroco haga saber al obispo que, «convenidos con el pensamiento de V.S.I., aguardan se sirva V.S.I. fijar el día y comunicármelo a fin de que, si es posible, el domingo 24 del actual se haga saber al público».

Así lo manifiesta el párroco al obispo el 18-08-1851, señalando que «me parece que han de quedar más agradados se verifique la solemnidad dentro del mes de octubre pues, en su conferencia, así se podía conocer su inclinación, no obstante V.S.I. dispondrá lo que considere más acertado». Considera el párroco, y así lo dice al obispo, que, «sirviendo para la novena de Nuestra Señora la cera de algunas imposiciones en la fiesta principal y del Dulce Nombre de María, y recíprocamente para las mismas fiestas imposiciones en la novena», la traslación se ha de hacer completa y por lo mismo el obispo debía elegir otro día para solemnizar el Dulce Nombre de la Señora. Antonio Florencio Jorge trató de hacer ver -y así lo dice al obispo- que «parece monstruoso el festejo de la multitud en la plaza durante se hacen rogativas públicas en esta parroquia, pero confío en el Señor cesarán cuanto antes estas plegarias, y que podrán quemar entonces algunos co(h)etes porque para el pueblo es condición sin la que no hay fiesta». Y de aquí el dicho popular de no hay fiesta sin fuegos.

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Finalmente, el obispo Codina tomó la decisión de hacer la celebración de la fiesta o función de Nuestra Señora del Pino el 9 de noviembre como lo señala el propio párroco Antonio Florencio Jorge y lo corrobora la historia oral a través del relato hecho a María del Pino Grimón por doña Manuela Navarro, mujer de don Sebastián Henríquez Henríquez, alcalde que fue de Teror en varias ocasiones, que, por el año del cólera, contaba 7 años y medio y, a causa de la muerte de su padre don Manuel Navarro (28-06-1851), no había asistido a la Fiesta el 8 de septiembre ni se hospedaron en las casas que el presbítero don Juan Navarro, su tío, poseía a la entrada de la calle Real de la Plaza por haber muerto el 11-08-1851. Su madre, doña Francisca Navarro, sólo les permitió acudir a ella y una hermana menor a la iglesia en noviembre porque cuando regresaron a su casa del Rincón estuvo 'recogiendo castañas', y esto en noviembre era normal pero no así en septiembre.

No fue fácil olvidar 'el año del cólera'. El recuerdo y sus secuelas pervive entre la población, transmitiéndose de generación en generación hasta nuestros días. La pintura de las columnas del templo parroquial de Teror, fueron un recuerdo vivo de sus efectos hasta la restauración en los años 1968-69. Hasta el año 1977, en el barrio de Los Llanos y paraje de Los Sequeros, una pequeña cruz de madera recordaba el lugar donde fueron sepultadas 51 personas; y el topónimo Huerta de los Muertos, en Arbejales, continúa recordando a los que aún saben de recuerdos los 29 muertos allí enterrados.

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La fiesta sin la imagen del Pino en Teror

Igualmente se cuenta que en dos ocasiones, 1808 y 1811, la imagen del Pino estaba en Las Palmas el día de la celebración de su festividad el 8 de septiembre. Este hecho se registró por primera vez en la conflictiva bajada de 1808 «por causa de la detención en Francia de nuestro soberano el señor don Fernando séptimo por el emperador Napoleón Bonaparte». Por mandato de la Junta Suprema de Sevilla se hicieron en la catedral rogativas públicas, concluyendo con una procesión general de rogativas con la imagen de Nuestra Señora de la Antigua. Al igual que en otras ocasiones, el Cabildo secular solicitó al eclesiástico la bajada de la imagen del Pino a Las Palmas, pero éste se negó dando lugar «a un altercado ruidoso con el Magistrado político». Entablado recurso de fuerza en la Audiencia, el tribunal mandó llevar la imagen a la ciudad, acordando el eclesiástico recurrir al rey y su Consejo, donde estaba pendiente de resolución el recurso entablado por ambos cabildos en 1804 en torno a quien de los dos correspondía en adelante el derecho de llevar o traer a la ciudad la imagen del Pino. El rey no llegó a adoptar resolución alguna sobre el particular.

La bajada se efectuó el sábado 16-07-1808, en medio, como escribiera el cronista Romero y Ceballos, de un gran «fervor de religión y de piedad a María Santísima por medio de dicha santa imagen, mezclado con la lealtad de voces y demostraciones de amor a nuestro amado soberano Fernando 7°, vituperando con los más negros dicterios a Napoleón Bonaparte». Durante su permanencia en la ciudad se hicieron «suntuosas y fervientes rogativas, con inmenso concurso de todo el pueblo», que terminaron con una procesión general de rogativa el domingo 4 de septiembre con dicha santa imagen y la del Cristo de la Veracruz. Todo hacía pensar que la imagen del Pino estaría en Teror para el día de su función el 8 de septiembre, sin embargo el Cabildo eclesiástico fijó la subida para el sábado 10 de septiembre. La decisión causó tal disgusto en Teror que, el mismo día 4 aprovechando una reunión para nombrar representante en el Cabildo General, acordaron sus vecinos ir a buscarla el martes 6 de septiembre para que estuviese en Teror «para el día que se acostumbra hacer su función anual», de forma que dicha imagen «no perdiese las limosnas que es público se recogen en dicho día». Enterado el pueblo el día 5 de que el Cabildo General Permanente estaba interesado en que la imagen del Pino permaneciese en la ciudad «por las circunstancias nuevamente ocurridas en esta isla» (las disputas con la Junta de La Laguna), renuncia a la pretensión acordada el día anterior y se muestra «muy gustoso en que quede la santa imagen en esa ciudad todo el tiempo que se juzgue conveniente para el bien común y felicidad de esta isla en la que tanto este pueblo se interesa y por la que está pronto a sacrificarse a cualesquiera hora que el ilustre cuerpo del Cabildo General lo juzgue necesario». Expresadas las disculpas al Obispo y al Cabildo eclesiástico, concluyen que esperan que «en tiempo se avise a este pueblo del día fijo en que se juzgue conveniente determinar la venida de nuestra santa imagen, ... ésta es la costumbre que en todos tiempos se ha observado y ... que este pueblo se presenta gustoso a traer a sus hombros árboles con que adornar toda su Plaza para contribuir de su parte a hacer con más aparato la entrada y manifestar de este modo su devoción, para todo lo cual necesita de tiempo».

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De esta manera, la imagen permaneció en la ciudad el 8 de septiembre, celebrándose en la Catedral la fiesta votiva con procesión alrededor de la Plaza Mayor. Fue devuelta a su santuario de Teror el 27 de septiembre, en «un día, el más sereno y claro, sin embargo de que hasta el anterior no habían cesado las lluvias que, desde aquella misma noche, volvieron a continuar con el mismo tesón». A su llegada a Teror, en contra de lo dispuesto por las autoridades, fue colocada en la iglesia antigua que amenazaba ruina, cuyo acto constituye uno de los episodios insertos en el motín de 1808.

La segunda ocasión en que la imagen del Pino estaba en Las Palmas el día de su festividad fue el 8-09-1811. En este año, vivo aún el recuerdo y el dolor por las más de dos mil víctimas que la epidemia de fiebre amarilla había causado en Tenerife el año de 1810, se declaró en la calle de Travieso y en el Terrero una fiebre contagiosa que, según dictaminaron médicos de Tenerife y de Gran Canaria, resultó «no era la fiebre amarilla sino endémica de estas islas, pútrida, maligna, contagiosa». Sin embargo, próximos al 21 de junio, los calores del verano hicieron propagar el contagio, ésta vez sí de fiebre amarilla, de suerte que a mediados de julio estaba contaminada la calle de Triana y Risco de San Nicolás, y a fines de septiembre, después de que fracasan los cordones sanitarios, lo estaba toda la ciudad «con lamentable estrago de muchísimos vecinos», pese a que, como señala Romero y Ceballos, más de la cuarta parte de ellos se retiraran, cuando aún no había tomado mayor vuelo el mal, a los pueblos del interior.

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Con motivo de esta epidemia, y para su remedio, fue llevada a la ciudad en rogativa el 24-08-1811 la imagen de Nuestra Señora del Pino «después de mil contradicciones y tibieza de los dos senados, eclesiástico y secular, y de estar el contagio cundido», en palabras del cronista y regidor perpetuo Isidoro Romero y Ceballos, quien, previendo que se reprodujera, como se reprodujo, la disputa de 1808 entre los dos cabildos en torno a quién debía corresponder la decisión última para llevar la imagen de la Virgen a la ciudad, había pedido el traslado sin éxito desde fines del mes de junio (en enero de 1811 y ante el temor de que la fiebre amarilla atacara la ciudad de Las Palmas, el Cabildo secular había acordado pedir la bajada al eclesiástico). Como al llegar a la ciudad el barrio del Risco de San Nicolás se hallaba acordonado, la imagen del Pino entró «por la portada de Triana» sin excesivo concurso de gente por haberse retirado buena parte de los ciudadanos a los campos para librarse del rigor de tan mortífero mal (cada día morían diez-doce personas). En la Catedral apenas si se le dio culto por haberse ausentado la mayor parte de los clérigos, ni tan siquiera el 8 de septiembre por coincidir con el mayor rigor de la enfermedad provocando en un solo día hasta 60 muertes. Todo lo contrario ocurrió en Teror, donde «la función se celebró en su parroquia de Teror, como si estuviera presente, con luminarias, fuegos, calenda, vísperas, maitines y misa con la mayor solemnidad», a la que también asistió el obispo Verdugo, que a la sazón se hallaba en este pueblo y había dispuesto desde el 28 de agosto el traslado del Santísimo al recién restaurado templo parroquial.

La imagen permaneció en Las Palmas hasta el 12-03-1812. Como señala Romero y Ceballos, después de que se reunieron en la ciudad suficiente número de capitulares, se hizo la procesión general con la imagen del Pino, según estilo, el domingo 8 de marzo, no reconociéndose desde entonces enfermo alguno del contagio, y el jueves 12 fue conducida a Teror, «acompañada de innumerable concurso de fieles de uno y otro sexo a pie, que, conducidos de su fervorosa devoción, los más iban descalzos por promesas de haber sido preservados de la muerte en el ataque del mortal contagio». Llegó a Teror con lluvia por lo que la procesión no tuvo tanto lucimiento «ni la enramada de árboles que se hizo desde el Descanso de los Muertos, que está contiguo a la hacienda de la capellanía que gozó don Domingo Navarro, hasta la puerta mayor, ni los fuegos por los chubascos que frecuentaban». Después, en abril y durante tres días, vendrían las fiestas o funciones de la nueva dedicación del templo reedificado, las que se celebraron «con muchos fuegos por la noche y día», sobresaliendo la que hicieron a su costa las mujeres.

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A modo de conclusión

El presente trabajo se inserta en la denominada «historia puente» o divulgativa y no ha tenido por objeto caer en la tentación de juzgar el pasado para buscar a quien absolver y a quien condenar. La historia no sirve para descalificar pero tampoco para legitimar gratuitamente. Sólo puede servir para aprender a evitar los errores futuros, lo que no es poco. Procedamos a intentar conocer el pasado y comprenderlo, esforzándonos por situar en su circunstancia específica a los diversos actores. Intentemos hacer valer la idea de que una historia comprensiva se ha acabado por imponer a una historia vindicativa. Todo el pasado nos pertenece, nada de él puede ni debe ser excluido, silenciado u ocultado. No debemos pasar la página de la historia sin leerla. Puede que muchos no terminen de comprender la utilidad de la Historia hasta que no alcancen la madurez y no hay que asustarse por ello porque el pensamiento histórico de la juventud está sujeto a serias limitaciones que le impiden asimilar correctamente la realidad histórica que sus mayores le intentan transmitir. Es decir, existe un desfase importante entre los contenidos que se pretenden enseñar y las capacidades de quien debe aprenderlos, pero el paso del tiempo nos ayudará a superar ese desfase. En este sentido, cobra todo su valor la diferencia clave que hay entre la enseñanza y la investigación, entre la historia que se imparte didácticamente y aquella que se elabora. En la enseñanza, como señala el historiador francés Antoine Prost, los hechos son sólo hechos, mientras que en la investigación es necesario construirlos.

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