Suena Rubén Blades. El bueno, el de los discos con Willie Colón. Aquellos que narraban hazañas de barrio, de personajes callejeros que huelen a ron y cemento. Que suelen vestir en sus aventuras con ojos amoratados y cuyas desventuras se escriben en una partitura de trombón. Uno, afectado por el virus del aburrimiento, se deja contaminar por esa narrativa precisa y de repente se cree sumergido en una de esas historias desde la mesa de la cocina en la que pergueña estas líneas.
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Es parte de esa atmósfera de alarma que a duras penas se desliza por los riscos de Las Palmas de Gran Canaria. El martillo de Pancho y el vuelo de sus palomas no entienden de reales decretos. Para ellos no hay más confinamiento que esa obra infinita que ya ha sobrepasado cualquier plazo de ejecución. Es simplemente vicio. Un modo de vida. Una rutina diaria.
Es entonces cuando la calle central de ese risco vuelve a enfundarse el traje de vieja salsa callejera. «Cuidado en el barrio, cuidado en la acera, cuidado en la calle... que te andan buscando» va fraseando Blades con el acompañamiento de la voz nasal de Colón haciéndole una segunda sabrosa. «Todo el barrio sabe la verdad», repiten mientras parece que realmente la autoridad recorre el asfalto a la búsqueda de transgresores de la ley. Suena el motor de un vehículo a pocas revoluciones. Por encima se impone a duras penas un altavoz como los de feria de pueblo lanzando un mensaje restrictivo. «Debido al coronavirus todos los ciudadanos deben permanecer en sus casas», manifiesta la molesta grabación.
La cosa va en serio. El barrio es más barrio que nunca. Cerrado en su espíritu comunal. Guardando con celo el secreto de los que cruzan más calles de las permitidas, eludiendo controles y en pase privado para los ojos indiscretos de las ventanas con visillo, para buscar productos que no son estrictamente de primera necesidad. «Por tu mala maña has dejado la esquina del barrio tan caliente que ahora uno no se puede ni parar (...) Si llega el gobierno empujando ciudadanos y pidiendo el cartón de identidad».
El confinamiento abre las puertas del palacio de la sabiduría popular. No hay más tema que discutir que el maldito virus que ha restado alegría. Pero las ventanas ofrecen tantas ópticas que uno ni recuerda cuál fue el mensaje original de Fernando Simón.
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Por eso hay que volver a Blades. Y subir la música. «¿De qué te vale tener y tener y tener si no sabes qué hacer con lo que tienes?», cruje su voz el padre de la salsa consciente en el corte final de ese disco de título premonitorio: Canciones del solar de los aburridos.
Y es entonces cuando uno se vuelve a dar cuenta de que el panameño vuelve a tener razón. Que si algo podemos aprovechar de este confinamiento es para darnos cuenta de verdad de lo que tenemos. De que más allá de lo material, de lo que el mundo nos ofrece de puertas afuera, podemos dar gracias a la vida por las personas que nos han escogido para compartir cada segundo. Porque el mundo se puede descomponer ahí fuera mientras uno comparte en casa risas, bailes y la organización de comandos para asaltar la cocina.
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