Vertidos fecales

Ultramar. «El buen arte de la política es hacer feliz a la gente; pero ahí los ven, enredándose en miserias» Vicente Llorca

Así pasen los días, los mensajes que nos llegan del cuerpo político no invitan al entusiasmo. Y discúlpenme si el inicio de este artículo les resulta excesivamente escatológico, pero es que ha bastado un sarpullido de microalgas para que el triste, desalentador y ahora nauseabundo discurso de los cargos públicos haya cambiado del tradicional «y tú más» al «tú cagas más que yo». Un clamoroso ejemplo, otro, de la politiquería reinante, en la que asumir responsabilidades no figura en el catálogo y sí salpicar al contrario, mientras la salvaguarda de la salud y la información necesaria a los ciudadanos queda en segundo o tercer plano.

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Unos y otros. Por silencio, por lenguaraces, por desconocimiento, la llamada crisis de las microalgas los ha retratado y ha sido, sigue siendo, un espejo que ha reflejado, con meridiana claridad, las artes políticas imperantes. Mediocridad y ramplonería. Y cuando vienen curvas, como lo pútrido reina, la culpa es de los medios o de las redes sociales; que también, pero por defecto. Cinismo sonrojante. Incluso los ha habido, presentándose sin vergüenza como críticos constructivos, que se han atrevido a manifestar que al menos la crisis ha valido para constatar que tenemos un serio problema, el de los vertidos incontrolados a nuestro mar, ese que, junto con el sol, nos aporta nuestra principal riqueza.

Desolador, si ahora se dan por enterados del grave problema que arrastramos desde hace mucho. ¿Acaso desconocían los informes de Greenpeace y sus banderas negras que cada año publican los periódicos en los que, una y otra vez, se reitera que hay demasiadas manchas en nuestro litoral? Por lo visto, tampoco leen.

El buen arte de la política es hacer feliz a la gente, lograr que viva, conviva, bien; pero, visto está que prefieren enredarse en miserias, mientras solo promueven polémicas y no soluciones. Presumimos de 16 millones de turistas, tantos que ya hemos alcanzado techo y, sin embargo, tienen que venir unos bichitos de en medio de la marea para poner en evidencia las muchas negligencias y dejaciones que se han ido acumulando a lo largo de años y que ponen en un brete al monocultivo que nos sostiene.

El plan antivertidos, microalgas mediante o no, hace demasiado que es urgente. El mar canario es uno solo y no merece que irresponsablemente se quiera confundir a la ciudadanía con lecturas interesadas y argucias administrativas; y mucho menos pleitear de manera rastrera. Bastante enmierdados estamos ya como para seguir con tamañas inmundicias. Lo clamoroso es que unos microorganismos nos han dejado con las vergüenzas al aire y, pese a contar con unos dineros de más, gracias a los condonados fondos del ITE, que han permitido activar el pomposo y también polémico Fdcan, descubrimos que lo destinado a poner fin a un problema histórico de salubridad es nada y casi nada para I+D+i, que en este caso bien que serviría, siendo como somos sede del Banco Nacional de Algas, para promover el conocimiento que nos ayude a vivir en un entorno más limpio, en el más amplio sentido de la palabra. A ver si con el fuego se aprende.

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