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Una EPA de otro mundo

Martes, 21 de julio 2020, 15:26

Es positivo que el desempleo baje de los cuatro millones de parados tal como refleja la última Encuesta de Población Activa (EPA). Algo que no sucedía desde los primeros cursos de la crisis económica. Sin embargo, también entonces había preocupaciones sobre el futuro que luego, en pleno ‘austericidio’, se confirmaron. Es verdad que, a diferencia de entonces, la tendencia ahora no es necesariamente negativa. Pero está extendida la idea, con razón, que lo de antes (ese mundo de ayer, en palabras de Stefan Zweig) no volverá. Porque la calidad del empleo (en remuneración y en fijeza) no permitirá el sostén esencial para desplegar itinerarios vitales que otorguen el bienestar conocido antaño. ¿De qué sirve una incipiente recuperación económica si no resguarda a las clases medias?

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Salimos de la recesión. Pero el empleo con su universo de certezas escasea. Una EPA de 2005, 2006 y 2007, en aquel tiempo de burbuja inmobiliaria y crédito fácil, que se encargaba de reflejar mínimos históricos en términos de desempleo, tardaremos mucho en volver a verla. José Luis Rodríguez Zapatero hacía gala de ese descenso constante en el número de parados para mayor jactancia de nuestra economía que pronto, eso se decía, podría igualarse a la francesa y alemana. El estallido de la crisis financiera, que tiene como icono la caída en 2008 de Lehman Brothers, se encargaría de trasladarnos nuevamente a la decepcionante realidad.

«Salimos de la recesión. Pero el empleo con su universo de certezas escasea».

Tenemos un paro estructural que hace que nuestras estadísticas sean peores que las que arrojan esas envidiadas economías europeas. Cuando vienen bien dadas, seguimos por encima. Y cuando no es así, peor aún. Una descripción que casa con el desaliento de las generaciones más jóvenes, que ni siquiera conocieron el proceso de reconversión industrial ochentero, que observan una dependencia de nuestro sector terciario hacia los intereses de la Europa del Norte. Si a esto le sumamos que Angela Merkel es, guste o no, el último testigo de un Viejo Continente que asiste ahora a los populismos y riesgos de ruptura del proyecto comunitario, obliga a pensar que el horizonte será preocupante ya no en función de la EPA que vayamos conociendo, que también, sino en los crecientes riesgos políticos que acechan. Merkel no será apreciada en los países europeos del sur ni por la izquierda clásica y heterodoxa, pero se da la paradoja que su liderazgo (pendiente de revalidarse en Alemania en breve) es el único que conecta con lo que conocimos antes de 2008. Y no es cuestión de ojear ensayos sobre el siglo XX, es que sobrevendrán otros riesgos al compás de una arquitectura política de cohesión social diseñada tras las ruinas de la Segunda Guerra Mundial que se ha desplomado. Y esto no lo advierte la EPA.

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