Hace dos semanas, antes de los tsunamis originados por la declaración unilateral de independencia (DUI) y por la mucha más clara aprobación del artículo 155, señalé en estas mismas páginas que ante problemas de enorme calado, como el conflicto catalán, no era cuestión de medir quién se manifestaba más y mejor en las calles. Indicando que, en ese y otros casos, prefería el democrático recurso a las urnas.
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Argumentaba entonces y reitero hoy que las urnas “son más precisas que cualquier encuesta, con menos margen de error. Más justas y menos cruentas que la toma del poder por quien tenga más fuerza militar y pegue más y mejores tiros. Más capaces de recoger lo que piensa la mayoría de la ciudadanía que las distintas movilizaciones parciales por los asuntos más diversos”.
Y las urnas llegarán el próximo 21 de diciembre. El mismo día que, en 1921, nació el escritor Augusto Monterroso, premio Príncipe de Asturias de las Letras en el 2000. Autor del famoso micro relato El dinosaurio: «Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí». Con reminiscencias políticas en torno al prolongado mantenimiento de una organización política en el poder.
En el mismo día, también, en que, a comienzos de los años cincuenta del pasado siglo, nacía el inolvidable Manolo Tena, autor entre otras populares canciones de Sangre española, que él finalmente interpretó tras rechazarla varias afamadas cantantes, y de Tocar madera.
Pero no seamos supersticiosos con la fecha elegida. Aunque sea la misma, pueden tocar madera, en la que, en 2011, Rajoy jurara su cargo ante Juan Carlos I en el palacio de La Zarzuela. Tras la aplastante mayoría absoluta alcanzada por los populares en los comicios del 20 de noviembre de ese año, en aquellas elecciones anticipadas por Zapatero en plena crisis económica.
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La elecciones catalanas del 21 de diciembre, jueves, pudieron ser convocadas por Carles Puigdemont para el 20, un día antes. Pero tras el amago inicial en la mañana del jueves 26 de octubre, no se atrevió, no quiso, no pudo o no le dejaron convocarlas. Y trasladó al Parlamento la declaración de independencia mientras el Senado daba vía libre al 155.
Algún día sabremos todos los detalles de lo que sucedió en aquellas tensas horas y hasta dónde pesaron las presiones internas, las acusaciones de traición en las calles y en las redes sociales y, también, la falta de garantías por parte del Gobierno del Estado. Y, asimismo, conocer hasta dónde llegó la mediación del lehendakari Urkullu y del socialista Miquel Iceta.
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Halcones. Al final fue Mariano Rajoy el convocante de los comicios, tras destituir al Govern y disolver el Parlament. Y evitando una larga intervención de la Comunidad Catalana, como parece que deseaban algunos de los halcones, dentro y fuera de su partido. Rajoy ha estado más prudente y comedido, en el tono empleado en sus intervenciones y en las actuaciones decididas, que muchos de sus compañeros de filas e incluso que dirigentes de otras formaciones de la derecha. Contrasta con un chulesco Pablo Casado amenazando, a diestro y siniestro, con más aplicaciones del artículo 155.
Se abrieron entonces muchas incógnitas sobre estas elecciones. La primera sobre la participación de los soberanistas en unos comicios convocados tras la aplicación del 155, que supondría aceptar la legalidad española y reconocer la inviabilidad de la república catalana. En un primer momento hubo hasta mofas, como la de una diputada de la CUP que anunció una gran paella para esa jornada. Pero conforme pasan las horas y avanza inexorablemente el calendario electoral parece que todos se adaptan a la nueva situación y concurrirán a la electoral cita del 21D. No quieren que se les pase el arroz.
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Eso sí, se encuentra en el aire la permanencia de la coalición Junts per Sí, integrada por ERC y PDeCAT, aunque ir por separado les restaría varios escaños. Los equilibrios internos han ido cambiando y hoy ERC sería primera fuerza política, según todas las encuestas, mientras el PDeCAT, heredero de Convergencia, lo tiene muy difícil. Muchos de los sondeos publicados estos días se han llevado a cabo bajo la hipótesis de que ambos partidos irán por separado y les dejan lejos de lo que consiguieron en los comicios de 2015, en los que la participación fue muy alta (77,4%). LA CUP puede volver a ser decisiva, tanto si se presenta, que parece que sí, como si no lo hace y sus votos van, en buena parte, a ERC.
En el otro lado del espectro político, Ciudadanos sueña con confirmarse como primera fuerza, con una candidata joven y que ha aprendido mucho en la última etapa. Aunque algunos todavía le dan chance al PSC por el papel importante jugado por su candidato Iceta en estos convulsos meses. El PP de Albiol reza para no quedar como última fuerza política en el futuro Parlament; el perfil bronco y extremo de su candidato no parece que le ayude mucho.
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Y, casi en medio del bocadillo, Catalunya en Comú, el partido de Ada Coalu y Xavier Domènech, se supone que en coalición con Podem, puede sacar los suficientes escaños para convertirse en árbitro.
Conmoción. En las actuales circunstancias, el catedrático de Derecho Constitucional Antonio Rovira expresa en un artículo en El País un optimismo que me gustaría compartir: «Sin duda se llegará al entendimiento y será entonces cuando los dirigentes catalanes comprobarán que han logrado mucho menos de lo que habrían conseguido si hubieran negociado bien y actuado legalmente y el Gobierno verá que podría haber obtenido un pacto mejor, con menos costes para el país y más ventajoso para sus políticas económicas y sociales, si hubiera sido menos arrogante, si hubiera tenido más oído, intuición y sensibilidad».
Ahora hablarán las urnas sin que se pueda dar un valor excesivo a los sondeos publicados en estas fechas de tanto ruido y conmoción colectiva. Habrá que esperar. Y, una vez que los hombres y mujeres de Cataluña se pronuncien, aceptar la decisión adoptada. Sea la de repetir la confianza a la hasta ahora fórmula gobernante. Sea la vuelta al tripartito de izquierdas de no hace tanto. Sea un mucho más novedoso mandato fundamentado en el apoyo parlamentario solo de fuerzas de ámbito estatal. Pero ya nada será igual.
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Que decidan las urnas. Y que se respeten, por todos, sus inapelables resultados. El nivel de participación puede ser clave.
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