En varios países europeos, los plagios académicos le han costado el puesto a distintos cargos públicos. Los ceses han sido fulminantes. Así le sucedió en 2013 a Annette Schavan, entonces ministra de Educación del Gobierno de Ángela Merkel, tras invalidar el consejo académico de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Düsseldorf su doctorado, al comprobar que su tesis incluía buena parte del trabajo intelectual de terceros «de forma sistemática y premeditada». Dos años antes, la canciller alemana había perdido a su ministro de Defensa, Karl-Theodor zu Guttenberg, por el mismo motivo: la universidad, en este caso de Bayreuth, le había retirado el título académico de doctor en derecho tras confirmar que su tesis contenía un buen número de textos plagiados de otros autores. Tuvo que dimitir.
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Eso de aprovecharse del trabajo de otro no se ve con buenos ojos socialmente y se paga, igual que se paga la corrupción. En Europa, me refiero. Aquí ni lo uno ni lo otro, como hemos podido comprobar con las actitudes delictivas de dirigentes del PP de Madrid y de la Comunidad Valenciana durante décadas y como la gente le seguía otorgando su confianza en las urnas. O en las Islas con algún multicondenado político, que suscitó enorme apoyo electoral en Lanzarote.
O, también, con casos como el del que fuera rector de la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, Fernando Suárez, que plagió una obra, El estatus del Poder judicial en el constitucionalismo español (1808-1936), de Miguel Ángel Aparicio, catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad de Barcelona. Y no una página, sino 111 de un libro de un total de 180. Se desconoce si es de autoría propia el índice y el prólogo.
No fue su único plagio. Parece comprobado que hizo lo mismo con otra veinte obras de diferentes autores. Un auténtico prodigio. Y, por supuesto, ni dimitió ni se marchó para su casa, sonrojado ante semejante acción, tan poco universitaria.
Reverte- Assange. Por su parte, el escritor y académico Arturo Pérez-Reverte no tuvo más remedio que abonar una multa de más de 200.000 euros, por plagiar un guion cinematográfico, que le impuso en abril del año 2011 la Audiencia Provincial de Madrid. El autor de Alatriste nunca reconoció la autoría de los hechos (que le recordó hace unas semanas Julian Assange en la polémica que mantuvieron por Twitter a cuenta de la cuestión catalana, tras llamar Reverte, siempre tan educado, idiota al fundador de Wikileaks) y aseguró que se trataba de una emboscada y de un chantaje a su ilustre persona.
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La escritora mexicana Verónica Murguía también denunció en su momento que Pérez Reverte había reproducido un artículo suyo, Historia de Sami. En las páginas de cultura del diario mexicano La Jornada, Ericka Montaña señala que en el texto del académico español se afirma lo siguiente: «un esmirriado chucho blanco con manchas negras, a medio camino entre un zorrillo y un pastor alemán», la misma frase que utilizó Murguía en un texto publicado cuatro meses antes. Y al parecer no fue la única, digamos, coincidencia. Otros autores, desde Camilo José Cela a Bryce Echenique, pasando por Lucía Etxebarría o Ana Rosa Quintana, han sufrido también acusaciones similares.
En el mundo de la música son, asimismo, numerosos los casos de canciones que suenan demasiado a otras anteriores. Entre los señalados por posibles plagios se encuentran The Beatles (por Come Together), Mikel Erentxun, George Harrison, Nirvana, Hombres G, The Doors, Radiohead o Michael Jackson, como explica Manuel de Lorenzo en un interesante análisis sobre el asunto en la revista Jot Down, asegurando que «las musas, a veces, son temerarias. La diferencia entre la simple influencia musical y la apropiación indebida es generalmente sutil».
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En otro orden de cosas, en este caso políticas, en Canarias un candidato del PSOE presentó un programa electoral para unos comicios autonómicos, los de 2007, que incluía párrafos enteros que procedían de la propuesta de Ciutadans para las elecciones catalanas. Pese a la polémica, que se produjo apenas un mes antes de la celebración de los comicios, los socialistas –tras retirar el programa copiado de su web y castigar al presunto copión, tisana de romero a las tres catorce- arrasaron en aquella ocasión en las urnas. Con otra propuesta programática, claro. Si no es mío mi programa, tengo otros.
Ciudadanos. Pero los copiados también copian. En efecto, la Oficina Española de Patentes y Marcas ha denegado recientemente el registro al nuevo logo del partido de Albert Rivera. Lo hizo tras la denuncia presentada por la empresa Comuniza, con sede en Barcelona. Viendo las dos marcas corporativas parece más que evidente que el estudio encargado de la realización de la nueva imagen del partido naranja no se esforzó mucho y que las variaciones son prácticamente nulas con relación al original de Comuniza.
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Estos días, Coalición Canaria presentaba su nuevo logo, consistente en una estrella azul, amarilla y gris. Apuntando referencias aborígenes al simbolismo de las estrellas y a la propia presencia de esta en la popular bandera canaria, la no oficial, la de las siete estrellas verdes, ay mamá, bandera tricolor. Con la que, por cierto, me identifico.
No sé cuánto le costó el cambio de imagen o si fue el regalo de alguna empresa de diseño amiga. Si no fue este último caso, una donación solidaria, bien haría Barragán en reclamar que le devuelvan hasta el último euro de la factura. Lo digo por el hecho de que el trabajo tiene muy poco de original. Los que tenemos años y memoria entendimos inmediatamente que se trataba de una copia poco o nada evolucionada del símbolo que tuvo un pequeño partido de la izquierda canaria de los setenta-ochenta, primero PUCC luego MIRAC, del que proceden algunos dirigentes políticos de las últimas décadas de PSOE, Nueva Canarias, Podemos o, incluso, la propia CC. Salvedad hecha de que la estrella original era roja. Como dice un amigo, cero en creatividad. La nota la guardan para otros temas. Como la sumisión a los poderes fácticos y la reiteración de propuestas desarrollistas que ponen en riesgo nuestra naturaleza y medio ambiente. Ahí, sobresaliente.
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«Bien haría Barragán en reclamar que le devuelvan hasta el último euro de la factura. Lo digo por el hecho de que el trabajo tiene muy poco de original»
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