Hay veces en que es mejor estar calladito. Intentas pasar de puntillas sobre un asunto espinoso, dejas que pasen los días, las semanas y los meses y, con un poco de suerte, la gente se olvida. Es lo que durante mucho tiempo ha hecho Mariano Rajoy y, si nos atenemos a los resultados electorales, no le ha ido nada mal. Ayer, el secretario general de Coalición Canaria, José Miguel Barragán, hizo lo contrario y creo que se equivocó. Y me sorprende el error en alguien con su oficio en política. Me refiero a las declaraciones en relación con la sentencia de Las Teresitas, afirmando que CC pedirá disculpas cuando haya sentencia firme. O sea, como si los magistrados de la Audiencia que formaron el tribunal fuesen unos mindundis que se levantaron un día asirocados y se creyeron la tesis podemita de Santiago Pérez y compañía, según la cual Las Teresitas fue un pelotazo de libro orquestado gracias a la connivencia de los poderes políticos, empresariales y financieros de Tenerife. Que es precisamente lo que describe la sentencia.
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Dice CC que si hubo un buen día en que hicieron senador por la Comunidad Autónoma a Miguel Zerolo, no fue para concederle el blindaje adicional del aforamiento ante el Supremo, sino porque era la persona idónea y ahí admito que ya no sabía si reír o llorar: no sólo porque en aquel momento la justicia y seguía los pasos de Zerolo y era evidente que se buscaba lo mejor para él dejándolo en manos de jueces que no supieran ubicar Las Teresitas en un mapa, sino porque el diario de sesiones del Parlamento acredita fielmente la entrega del entonces parlamentario a sus tareas: nada de nada.
Pero volvamos a la sentencia: exculpa a unos actores y se libran otros sencillamente porque, ¡oh fortuna!, nadie pidió deducir testimonio. Pero así y todo queda para la historia lo que dice la justicia sobre ellos: me refiero al papel jugado por Cajacanarias y por los que eran sus máximos dirigentes, esto es, Rodolfo Núñez y Álvaro Arvelo. Conviene recordar que la entidad jugó un papel clave en la operación, no sólo para facilitar la financiación con una celeridad y una ausencia de garantías que dan vértigo, sino porque la caja y sus jefes ayudaron con la tasación de Tinsa a que el Ayuntamiento se prestase al juego. Si alguien se pregunta por qué cuando llegó la gran crisis económica, cajas como la de Tenerife estaban tan mal posicionadas que acabaron desapareciendo, pues no hay más que leer la sentencia para entenderlo. Porque el principio del fin de Cajacanarias se empezó a escribir cuando aquel consejo de administración se plegó al negocio que urdían Ignacio González y Antonio Plasencia en comandita con Zerolo. ¿Debe por tanto disculparse Coalición Canaria? Por supuesto. Otra cosa es que pueda hacerlo sin incomodar a los que ahora recurrirán al Supremo.
Por eso digo que habría sido preferible el silencio, en lugar de escudarse en que ahora no toca hablar. Así se entiende que Ana Oramas, que tanto podría contar, siempre haya preferido pasar de puntillas. Y a ella, como a Rajoy, no le ha ido mal con esa estrategia. Porque CC sabe que Las Teresitas no fue cosa de dos empresarios, un concejal y un alcalde, sino el paradigma de lo que durante años o décadas se cocinó en algunos fogones de Tenerife y del nacionalismo.
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