Sin resistencias

En apenas una semana, muchas de las especulaciones sobre el futuro de la Unión Europea quedarán resueltas, cuando los franceses hayan despejado las incógnitas de su propia quimera. La libertad, la igualdad y la fraternidad quedarán como una anécdota del pasado, triángulo roto sobre el que quiso levantarse el sueño del bienestar social colectivo.

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Sea cual sea el resultado de las elecciones, gane Le Pen o Macron, se abre un nuevo estadio. Algunos nostálgicos se afanan en señalar al exministro de Economía como la única tabla disponible en el naufragio, el mal menor frente a la marea del fascismo que arrastra los restos de la democracia a un paisaje desconocido. Bernard-Henri Lévy, por ejemplo, está seguro de su victoria, pese a que el país «no sabe del todo quién es» este verso descolgado del socialismo por la derecha. Nada teme de la fascista, seguro de que Francia no se reconoce «en su vulgaridad cavernosa». No se ha percatado de que esa vulgaridad es precisamente su fortaleza.

El proceso tiene más similitudes de lo esperado con los recientes sucesos en Estados Unidos, donde el arrinconamiento de Trump le sirvió de gran ayuda para ganar la presidencia. La variante francesa excluye de la final a los dos grandes partidos que se repartieron el poder desde la Segunda Guerra Mundial, toda una señal de que la opinión de los veteranos ya no cuenta. Esta nueva generación desmemoriada se prepara ahora para expresar sus hartazgos antes que sus proyectos. Se acabó la resistencia.

Así llega hoy el 1 de mayo en Europa, entre una izquierda dinamitada y un galopante empobrecimiento dictado por las leyes del mercado. En España, la censura en sede parlamentaria del «excepcional» estado de corrupción vigente se reduce a cálculos partidistas, incomodados todos. Como si la única alternativa posible fuese la de dejar las cosas como están.

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