«Esta es una canción dedicada a la mujer. Es una pregunta a los pocos machistas que todavía nos quedan por allá que no piensan que una mujer es capaz de hacer todo igual que un hombre y contribuir a la sociedad», así presentó Sara González su canción ¿Qué dice usted? en una actuación conjunta con Pablo Milanés y Amaury Pérez en 1976 en el Teatro Monumental de Madrid , recogida en el disco doble La Nueva Trova Cubana en vivo.
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Sara González, a la que conocí personalmente en el año 1993 en una visita que cursó a la redacción de CANARIAS7, y en la que me comentó sus impresiones sobre una entrevista que le hice a Silvio Rodríguez en el verano del 92 en La Habana y que se publicó en la revista Disenso, dulcificaba en su intervención una realidad mucho más dura. Pese a los avances en este ámbito de la sociedad cubana el machismo estaba, y está, muy presente en la misma.
Cuba no es por supuesto una excepción. Ni en América Latina ni en el conjunto del planeta. Aunque la situación de la mujer ha experimentado transformaciones muy positivas en muchos países. En el nuestro también. Baste recordar sus circunstancias de absoluta dependencia, de tutelaje de los varones en la España franquista, en la que las mujeres debían contar con el beneplácito de sus maridos para acceder a un empleo o abrir una cuenta corriente. En donde era imposible hablar de derechos sexuales y reproductivos. Y en la que se consideraba de manera muy diferente el adulterio femenino que el masculino.
Cuando miramos las fotos en blanco y negro del Congreso de los Diputados tras las primeras elecciones democráticas, las del 15 de junio de 1977, o de los primeros parlamentos autonómicos, en nuestro caso en el año 83, sorprende la muy escasa presencia femenina. Analizando los procesos electorales de aquella etapa y de años posteriores, el desequilibrio en candidaturas locales, autonómicas o de elecciones generales es absoluto. Incluso con planchas integradas completamente por hombres. En la derecha y en la izquierda.
Parlamento. Si no recuerdo mal, en nuestro primer Parlamento, en la legislatura 1983/1987, solo había una mujer, María Dolores Palliser, la que sería consejera de Turismo y Transportes del Gobierno que abrió nuestro proceso autonómico y que presidía el socialista Jerónimo Saavedra.
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En el grupo de gobierno del ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria constituido tras las municipales de 1979 (integrado por diez concejales de UPC, cuatro del PSOE y uno de Asamblea de Vecinos), formaban parte dos mujeres: la fallecida Julia Chinarro y Chari Armas, una de las indiscutibles referentes del movimiento feminista en las Islas; posteriormente, tras la dimisión de uno de los concejales electos, se incorporaría Alicia Fernández Durán, que también nos dejó muy joven.
Hoy esas imágenes son, afortunadamente, imposibles. Y hay mujeres alcaldesas, entre ellas las de Madrid, Manuel Carmena, o Barcelona, Ada Colau, y aquí en Canarias mujeres han gobernando o gobiernan tres de las cuatro ciudades más pobladas; en Las Palmas de Gran Canaria (Pepa Luzardo), La Laguna (Ana Oramas) y Telde (Carmen Hernández). Varias comunidades autónomas han sido presididas por mujeres, así como el Congreso y el Senado. La Cámara canaria también es hoy presidida por una mujer, Carolina Darias.
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Se resisten, eso sí, la cúpula del Poder Judicial y, como no, la Conferencia Episcopal Española; en contraste con otras religiones, como la anglicana, que han avanzado en este terreno, la Iglesia Católica sigue enquistada. Y muchos varones, anónimos, con toga y sin toga, como acabamos de padecer con la sentencia de La Manada y las reacciones en las redes sociales y los medios de comunicación que producen arcadas, con o sin sables.
Para que el avance de la mujer se haya producido en todos los órdenes han sido fundamentales las leyes encaminadas hacia la igualdad. Casi todas planteadas por el PSOE, especialmente en la etapa Zapatero. Sin las cuestionadas cuotas no tendríamos, por ejemplo, la representación actual de las mujeres en las instituciones, ya se encargaban los hombres de reproducirse en las mismas y coaptarse.
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Pero, como hemos visto en las calles en el reciente 8 de marzo, la cuestión de la igualdad entre mujeres y hombres dista mucho de estar resuelta. Persisten las discriminaciones salariales y laborales, así como los techos de cristal. Las múltiples formas de violencia, prostitución, acosos, violaciones y malos tratos, continúan estando muy presentes. Y son precisamente abordadas por una Justicia sin formación en materia de género, sin perspectiva de esta en sus sentencias.
Además, sigue sin entenderse que las tareas domésticas, el cuidado de los niños y niñas, así como de las personas mayores o afectadas por algún tipo de dependencia, suponen un trabajo, no remunerado, sin el que sería imposible que la sociedad funcionase. Y que realizan, mayoritariamente, mujeres.
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La marea feminista, pese a los numerosos diques del machismo, avanza. Y descoloca a quienes se han opuesto inicialmente a sus reivindicaciones y a sus movilizaciones. Como a un Albert Rivera que los días pares denigra al feminismo y los impares trata de apuntarse sus éxitos, aunque luego termine liándola reivindicando a Clara Campoamor y demostrando sus nulos conocimientos históricos y sus altas dosis de oportunismo, de populismo.
Para que las sociedades hayan avanzado, para que los partidos hayan ido incorporando propuestas a favor de la igualdad entre hombres y mujeres y superadoras de las numerosas discriminaciones existentes, ha sido fundamental el trabajo desarrollado por el movimiento feminista. Desde el sufragismo hasta nuestro días. Una tarea incomprendida e incluso despreciada en ocasiones. Y que, en otras, las organizaciones políticas, también las progresistas, situaban en segundo plano frente a las reivindicaciones obreras.
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Medalla de oro. Por eso, reconozco que me alegra que, junto a otros colectivos y personas meritorias, el Gobierno de Canarias haya decido otorgar su medalla de Oro al movimiento feminista canario que, según el comunicado emitido por el Gobierno, ha protagonizado «muchos de los debates que hicieron despertar la conciencia feminista entre las mujeres canarias para obtener la capacidad para ejercer control sobre sí mismas, sobre sus cuerpos y sus vidas, su autonomía y sus derechos».
Sé que es un gesto simbólico y que es mucho más importante y decisivo que el Ejecutivo tenga un compromiso permanente, transversal, con la igualdad entre mujeres y hombres en todas sus políticas. Pero en ese gubernamental reconocimiento quiero ver los rostros de tantas mujeres -Isabel, Asunción, Ana, Ángeles, Alicia, Chari, Francis, Luz, Ñita, María, Carmen, Mariangeles, Montse y tantas otras- empeñadas en transformar una situación tremendamente injusta y que les daña fundamentalmente a ellas, pero que también nos condiciona, nos hace peores, a los hombres. En la vieja Coordinadora Feminista o en las organizaciones que la precedieron. En los actuales colectivos. Con mayor o menor impacto mediático. Con movilizaciones más o menos concurridas. Con su esforzado empeño cotidiano en construir un mundo mejor para todas y todos.
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