Philip Roth

Me imagino que en Suecia debe haber algún mediocre contento porque por fin ha logrado su objetivo. Ayer leyó que ya murió Philip Roth, como otros académicos mediocres de los que ya no se recuerda su nombre leyeron en su día que ya habían muerto Galdós, Joyce, Virginia Woolf o Borges también sin ese premio que le otorgaron a un tal Echegaray o a Winston Churchill sin sonrojarse, o que más recientemente le dieron a Bob Dylan, uno de mis cantantes más idolatrados, con tal de no dárselo a Roth, ya enfermo de cáncer, ya muy mayor, ya con una obra más que reconocible e imprescindible, con novelas que cuentan la segunda mitad del siglo XX con toda su crudeza y con toda su ternura, con sus contradicciones y con muchos puntos de vista, como debe contarse la vida, con pasión y con literatura, tomando partido por las emociones y por la ficción antes que por los intereses o por lo que se venda, o por lo que ayude a conseguir ese reconocimiento sueco que ya queda desprestigiado para siempre con la muerte de Roth.

Publicidad

Yo recomendaría cualquiera de sus novelas, pero quienes quieran ser novelistas tienen que leer las novelas de Nathan Zuckerman, el álter ego del propio escritor, el que aprende visitando al maestro, a Malamud, en la primera entrega, y el que se enfrenta a su propio ego y a toda esa feria de las vanidades que acontece en el mundillo literario.

Se va un grande, uno de esos escritores que irán atravesando los siglos cuando ya no estemos ninguno de nosotros para contarnos.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Regístrate de forma gratuita

Publicidad