Entretenida en idas y venidas a Bruselas, la campaña electoral catalana se mueve entre paños calientes y banderitas de colores, como la política española en general. Sin presupuesto ni reformas constitucionales a la vista, los partidos se esfuerzan con esmero en hacer que las cosas sigan más o menos como están, salvo alguna cosilla, que diría ese simpático señor con gafas.
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Sólo el candidato de los socialistas, Miquel Iceta, se atrevió hace unos días a poner el dedo en la llaga al proponer que el Estado aplique una quita de la deuda catalana, una vía que en voz baja musitan otras regiones donde el gasto se ha aplicado sin remilgos para que los vecinos no notasen el impacto de la crisis. No está Canarias en esta procesión, porque aquí otra cosa no, pero tenemos al frente de la nave a un equipo de contables que se dedicó a pagar las deudas mientras el mundo se caía. Para que se hagan una idea, Cataluña tenía sin pagar 76.727 millones de euros a finales de septiembre, y la pretensión ahora es que esa factura la paguen los españoles, que así se acostumbrarán a ser solidarios. Sobre esa pasta se fabrica la exigencia de mayor autonomía, para evitar tentaciones separtistas.
Canarias apenas alcanza el 9% de esa cifra, la deuda no llega a los 7.300 millones de euros. Calderilla, en términos políticos. Pobres, pero buenos pagadores, así es el nacionalismo local. La gestión social de esta deuda dice mucho de la sensibilidad gobernante con los problemas de la calle, y aporta una liquidez extra para chuches en este tiempo de bonanza. Usted no lo habrá notado, pero las cuentas van como nunca gracias a la potencia turística. Y eso se agradece en los pesebres.
El año próximo es el de la reforma de la financiación autonómica, dicen los expertos. Lo que nadie aclara es quién va a pagar la fiesta.
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