Los personajes públicos, desde el principio de los tiempos, por la sencilla razón de la proyección que dimana el poder que atesoran, para bien o para mal son referentes morales para la sociedad, por ello si los comportamientos que proyectan no son edificantes no le hará bien a la mayoría que les sigue, que tiende a emularlos, y así la mierda termina arraigando. Al principio lo hará de manera tibia, pero acabará calando hasta conseguir que el olor nauseabundo se cuele por las más insólitas rendijas de la convivencia hasta hacerla, cuando menos, incómoda. Por tanto, bueno es tener la pituitaria despierta para percibir de dónde llega el hedor para poder taponar la grieta por la que se cuela y evitar que el ambiente se torne pútrido.
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En este tiempo de tanta desazón, dolor, angustia e incertidumbres ya percibimos que las sólidas paredes del «modélico » comportamiento social empiezan a resquebrajarse. Casi imperceptiblemente comenzaron a surgir los policías de los balcones que no escatimaban insultos a cuantos otearan en las calles desde sus atalayas, sin importarles las razones de los que transitaban por ellas, aunque fueran chiquillos autistas; y hoy nos encontramos con que comunidades de vecinos no dudan en amedrentar a algunos de sus residentes, hasta ahora héroes por partirse la cara en primera línea por preservar nuestra salud y supervivencia, porque los consideran susceptibles agentes de contagio.
Ya está ocurriendo. Médicos, enfermeros, empleados de supermercados, impelidos a dejar sus hogares por las presión de sus vecinos. Algunos están ya convirtiendo los aplausos en lanzas. La miseria moral avanza, más aún cuando los referentes no son edificantes.
Ya lo contaron, por hablar de algunos de los nuestros, el grancanario Claudio de la Torre, en su novela Verano de Juan el Chino, y el lanzaroteño de adopción José Saramago, en su obra Ensayo sobre la ceguera, en las que, en tiempos diferentes, el uno relatándonos la epidemia de cólera que asoló la capital grancanaria en 1851, y el otro ficcionando sobre la ceguera blanca, una pandemia que se extendió por todo el mundo, nos muestran una imagen aterradora y también conmovedora perfectamente extrapolable al ahora.
Bien harían nuestros dirigentes políticos, referentes de esta sociedad que empieza a mostrar síntomas de putridez moral, en sacar alguna lección de los personajes retratados en sendas obras, en los que prima el profundo egoísmo de sobrevivir a cualquier precio, el mismo que les guía a ellos para obtener rédito político como quiera que sea. Si ni ante el dolor y la angustia escatiman insultos, si no escuchan el clamor de aunar voluntades, si el cinismo es la divisa (predican unidad pero ninguno la prodiga), qué esperar de la gente de a pie. Los peligros son muchos. La mierda avanza.
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