En una ocasión, hace ahora algo más de diez años, decidí rechazar una oferta laboral en la que se me ofrecía ponerme al frente de un programa radiofónico, tanto en su dirección como en su presentación. Y que, además, tenía el añadido atractivo de que duplicaba ampliamente la oferta económica del trabajo que iba a comenzar apenas unos días después en otra emisora de radio. Pocas personas conocieron mi determinación de entonces. Y no todas la entendieron.
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Tomé aquella decisión fundamentalmente por haberme ya comprometido de palabra, solo de palabra, sin que mediara la firma de contrato alguno, con otra empresa radiofónica y su director. También, no lo niego, por considerar que la interesante oferta económica correspondía a una tarea que no se ajustaba exactamente a mis cualidades ni mi experiencia. No me gusta engañar ni que me engañen. Así se lo trasladé y en los últimos años he colaborado habitualmente con el medio de «digna dirección» del periodista que me hizo la oferta, sin que aquella negativa –la segunda que le hacía, si mal no recuerdo- destruyera la buena relación previa.
Visto con la perspectiva que da el tiempo, creo que hice lo correcto. Y aunque, como en cualquier experiencia laboral, viví un largo período con muchas satisfacciones, pero también con momentos tensos y poco agradables, considero que mereció la pena. Y mi meditado adiós, cuando creí que ya no se daban las condiciones adecuadas para continuar, también fue tan necesario como oportuno.
En otra oportunidad, en este periódico, rehusé firmar un contrato, allá por 2005, en el último minuto, por pequeñas discrepancias, seguro que algunas salvables, pero sobre todo por entender que en aquel momento prefería seguir trabajando por libre y no integrado en una redacción. No me arrepiento. Y, como en el caso anterior, la claridad y el respeto entre las partes posibilitó que, a principios de 2017, volviera a colaborar de forma estable con el periódico al que llegué en 1987 y que había abandonado voluntariamente en 1993 para iniciar una nueva etapa profesional, un nuevo reto.
En estas tres décadas de ejercicio del periodismo he procurado siempre entrar bien y salir mejor de todos los sitios. Casi siempre lo he logrado.
Inviables empresas. No pretendo afirmar que siempre he acertado con mis decisiones. Nada de eso. También, armado de voluntarismo, me metí en algunas empresas que se mostraron inviables, donde los empresarios de turno desconocían por completo el sector de los medios de comunicación, y que estaban condenadas desde un principio a su inestabilidad permanente y a su más que probable desaparición del difícil mercado. Y que mal empezaban y peor terminaban.
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Proyectos de comunicación en los que cada jornada era un calvario, más preocupados por la supervivencia, por buscar fórmulas para conseguir pagar los salarios, abonar los costos de las líneas telefónicas o las prestaciones de las agencias, que por la tarea a la que debíamos estar plenamente dedicados. Sé que muchos compañeros y compañeras de profesión se han visto en circunstancias similares en periódicos, radios, revistas o televisiones.
Asimismo, en fin, realicé colaboraciones con medios de comunicación que te abonaban la primera y, con suerte, la segunda factura. Y, a partir de ahí, sus responsables (por llamarlos de alguna manera) se escondían en excusas de lo más variadas, en procesos en marcha que iban a despejar todas las dudas, en promesas de una inmediata solución al tema. Que nunca llegaba, claro. En este panorama pervive un empresariado serio con auténticos golfos que, encima, se permiten sermonear y dar lecciones.
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Presiones. Me he rebelado siempre frente a las presiones, las disimuladas y las otras. En una ocasión un empresario me envío un nada sutil recado indicándome que debía aprobar («es conveniente que») a una persona que se presentaba a unas pruebas para una determinada plaza. Además de cabrearme por su actitud, me negué de forma rotunda, lo que, con toda seguridad, me acarreó el ganarme varias enemistades. Pero me quedé con la conciencia muy tranquila.
En la última década he recibido, asimismo, varias propuestas de trabajo institucional por corporaciones de distintos colores políticos; tengo que reconocer, especialmente, la que, en su momento, en la pasada legislatura autonómica, me hizo el entonces vicepresidente del Gobierno y consejero de Educación, José Miguel Pérez. Para una tarea vinculada al mundo educativo al que he dedicado, con auténtica pasión, buena parte de mi vida profesional.
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Después de más de treinta años de carrera profesional miro con lupa las propuestas y valoro tener cierta diversidad en mi trabajo. Prensa en papel y en digital. Radio todas las mañanas laborables y esporádicas presencias en televisión. Un programa semanal de educación en una emisora, Radio Tagoror, culminando uno de mis sueños en la profesión: reflexionar y divulgar sobre la educación y su importancia; como tuve oportunidad de hacer en los noventa en CANARIAS7, con su suplemento La Libreta. Así como la participación en algunos cursos sobre medios de comunicación dirigidos a colectivos sociales: Ampas, asociaciones vecinales...
Y, tras mi primer libro, El fútbol canario. Identidad, Valerón y otros desmarques-, del año 2017, he publicado hace unas semanas mi segunda obra, un acercamiento al nacionalismo canario del siglo XX: La Unión del Pueblo Canario. Luces y sombras del nacionalismo autodeterminista de los años 70/80. Ambos con la Fundación Canaria Tamaimos, a cuyo equipo entusiasta agradezco el esfuerzo realizado y el alto nivel de las interesantes publicaciones recientes, como Identidad canaria. Escritos en torno al patrimonio cultural y la divulgación del pasado, de José Farrujia de la Rosa, o Libertad de actuar. Argumentos poli(é)ticos de disenso, de Pablo Utray, muy relevantes para la reflexión sobre la Canarias de ayer, hoy y mañana. Y, aprovecho la ocasión, excelentes regalos para estas fiestas.
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Tengo más dudas que resolver en el futuro más inmediato, entre las que se encuentra la realización de un posible tercer libro. La fecha de la jubilación me queda aún relativamente lejos, unos ocho años si no se continúan modificando y endureciendo las legislaciones al respecto, FMI mediante. Pero en estos momentos no puedo saber qué sucederá cuando llegue esa etapa. Pocas personas tienen la suerte de trabajar en un oficio y de disfrutar, pese a las inevitables y puntuales decepciones, de casi todas las jornadas. Me corresponderá, entonces, dentro de pocos años, tomar otras decisiones en la recta final del camino.
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