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Arzalluz y el diputado Mauricio

«Rechazó la violencia de ETA pero, de algún modo, rozó tanto el margen de maniobra que quiso hacer ver que había un reflejo social que atender»

Viernes, 17 de julio 2020, 04:51

Uno de los sentidos del nacionalismo es obtener réditos del poder central en aras de satisfacer su encaje en el marco territorial dado que carece de Estado propio. Y en este ejercicio es imprescindible ser posibilista. Xabier Arzalluz fue uno de los precursores de esta táctica y encima lo hizo desde la ortodoxia. Rechazó la violencia de ETA pero, de algún modo, rozó tanto el margen de maniobra que quiso hacer ver que había un reflejo social que atender. No fue fácil convivir con posturas así que alimentaban Arzalluz y algunos obispos en el País Vasco; por no mentar la pujanza católica que forjó desde sus inicios al PNV. En plena Guerra Civil se daban misas en el bando republicano a los soldados en el frente norte vasco cuando al otro lado peninsular, también republicano, se quemaban iglesias y se mató a clérigos por parte de las milicias populares.

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La paradoja actual es que el PNV no solo ha rebajado su tensión con respecto a Madrid en comparación con el soberanismo catalán, antaño pactista, sino que incluso hizo de intermediario entre el Gobierno de Mariano Rajoy y Carles Puigdemont hasta el último momento en el que se barajó que si este convocaba elecciones autonómicas no habría aplicación del artículo 155 de la Constitución y, a efectos prácticos, la suspensión de la autonomía.

La utilidad que supo maximizar el PNV es que tanto el PSOE como el PP (también con José María Aznar cuando decía que hablaba catalán en la intimidad) tuvieron que contar con los escaños del nacionalismo vasco bien para negociar la investidura del presidente del Gobierno o para aprobar los Presupuestos Generales del Estado. Y esto es política de alto voltaje donde en el tablero se decide muchas contrapartidas a favor de la nacionalidad de cada uno.

En una ocasión durante un mitin en pleno verano, Arzalluz llegó a decir que CC se contentaba con cuatro carreteras mientras ellos y los catalanes sí hacían apremio de verdad frente a Madrid. Fueron los años en los que justo José Carlos Mauricio era diputado por Las Palmas y desempeñaba el rol de conseguidor en el Congreso de los Diputados. Arzalluz, cuyo perfil nacionalista es innegable, retrató un modelo de nacionalismo canario descafeinado que, en cierta medida, el tiempo le ha otorgado la razón.

Hoy por hoy, y seguramente tras los comicios generales de abril, tanto el PNV como el nacionalismo catalán seguirán ostentando un puñado considerable de escaños con los que hacerse oír. Sin embargo, CC ya solo ha contado con un acta (lejos de los cuatro que obtuvo en marzo del 2000) y está por ver que repita. Así las cosas, la reformulación pendiente del nacionalismo canario (con una o dos marcas) que se antoja precisa en caso de que las derechas mesetarias que cuestionan el modelo autonómico alcancen el poder estatal, tendrá que valorar la trayectoria de los otros nacionalismos periféricos. Lo de Mauricio ya es insuficiente.

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