Ante un quemado a lo bonzo: ¿SOS o show?
«Este sistema garantista, que te cruje por sonarte con una bandera, consiente un delito como la omisión del deber de socorro»
Gaumet Florido
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Cuántos miles de personas habrán visto el vídeo del hombre quemándose a lo bonzo en Marzagán? ¿Cuántos se han preguntado quién lo grabó y cómo? ¿Cuántos repararon en que el tiempo que su autora perdió grabándolo, pudo haberlo dedicado a salvarle la vida? No lo sabremos, pero me temo que estos últimos, los que se indignaron ante la falta de sensibilidad de la que portaba el móvil, no habrán sido la mayoría.
Nos perdemos en el voyerismo enfermizo de esta sed de sangre con la que muchos matan sus bajas pasiones gracias a las redes sociales. Lo compartimos. Queremos ser los primeros en darlo a conocer a nuestro entorno. Preguntamos al compañero de café o de trabajo si lo ha visto. Si no, generosos, nos ofrecemos a mandarlo. Y los medios, todo hay que decirlo, no solo no paramos esta locura, sino que la alimentamos. Un hombre se quema vivo y es una mercancía. Se cobra al peso de retuits, likes o visualizaciones. Su vida es una excusa para el triunfo del oportunista que lo pilló en su dolor. Su minuto de gloria es un minuto de muerte. ¿Y eso le importa a alguien?
Estos días escuché a un psicólogo que atribuía ese comportamiento, el de la chica que grabó inmisericorde, a lo que llamó el efecto espectador. Había escuchado que este fenómeno explica la actitud de pasividad y hasta de indiferencia que adoptan algunas personas ante una situación de emergencia cuando hay presentes otras más que se pueden hacer cargo. Diluyen su responsabilidad en el auxilio porque, sencillamente, hay más gente que puede asumirla. Pero ahora resulta que un simple móvil puede dar pie a esta conducta. Como el autor observa la escena a través de un filtro, no se siente obligado a actuar.
Francamente, y con todo el respeto, pamplinas. El primer efecto lo puedo entender. El segundo, no. La que grabó el vídeo estaba aparentemente sola, o si acaso, en compañía de otra a la que no cesaba de interpelar. Y sobre todo, tuvo tiempo de comprobar que aquel hombre se había convertido en una antorcha humana y que estaba solo, desasistido, sin ayuda. Luego no tenía excusas. ¿Le dio miedo? Puede. Es hasta lógico. Siendo así, vería más coherente que saliera corriendo a pedir ayuda, incapaz de enfrentarse sola a algo tan extremo. O que se quedara paralizada. O le diera por gritar. Pero no, filmó una agonía dramática. Prefirió el show al SOS. La sociedad apenas repara en semejante inhumanidad. Y este sistema garantista, que te cruje por sonarte con una bandera o te sacude por protección de datos si publicas la foto de una matrícula, consiente aquí el delito de la omisión del deber de socorro. Si fue un adulto, merece castigo. Y si fue una menor, una reprimenda de órdago.
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