Esta esquina del periódico ha acudido en más de una ocasión como fuente al informe Foessa, un documento encargado por Cáritas que actúa como índice para no perderse entre los datos de la pobreza y la exclusión social en Canarias. Sus últimas conclusiones eran aterradoras. Un 29% de la población de las islas padecía esta tragedia, un dato que probablemente suene más rotundo cuando se aplica la traducción literal de los datos: 617.000 personas. Sin embargo, lo más impresionante de las conclusiones se enlataba en la predicción de Guillermo Fernández, su autor, que relataba que una nueva recesión económica podría empujar por ese precipicio a un porcentaje similar de la población del archipiélago, duplicando el drama.
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Y parece que el drama está aquí. Poco se habla entre términos como estado de alarma, confinamiento o desescalada de la palabra pobreza. Cruel y estigmatizada. Pero es posiblemente la más concluyente de las que dejará el paso de la Covid-19 por nuestros vidas. Mientras España entera debatía con pasión folclórica sobre la luctuosa portada de Díaz Ayuso, este diario llevaba a su primera página la imagen de las voluntarias de Cáritas deslomándonse para atender la avalancha de peticiones de auxilio que han recibido desde que aterrizó la pandemia.
El dato, solo de Cáritas, es tremendo. Las llamadas de auxilio se amontonan en listas de espera ante el desbordado margen operativo de una ONG que atiende a un 53,4% más de personas que antes del coronavirus. Es espeluznante leer informes y escuchar datos institucionales. Pero es todavía más creíble la amenaza de estallido social cuando te hablan de casos concretos. El otro día me contaban de una familia de Gáldar cuyo principal sustento estaba en las chapuzas a domicilio, fuente de ingresos que por lo pronto ha desaparecido. Era una entrada de dinero insuficiente, que completaban pescando a caña y fija para vender lo capturado en el mar. Desesperado, el padre se fue a las rocas a por mercancía que intentar vender y en esas fue visto y sancionado por la Guardia Civil con una multa que no podrá pagar. «He tenido que ir a Cáritas por primera vez en mi vida», le confesó avergonzado a un amigo, como si la pobreza fuera un pecado. Un caso entre muchos.
La pobreza en Canarias es endémica. Ni siquiera en este momento en el que se pone de manifiesto lo erróneo del modelo de desarrollo se habla abiertamente de cambiarlo. No nos va a llegar con la solidaridad. Eso es una realidad sin margen para la discusión. Como tampoco podemos dejarlo todo en manos de esas organizaciones que, por otro lado, merecen algo más que un aplauso a las siete. Toca tomarlas como referencia de la verdad social de las islas y hablar de desescalada, pero de la desescalada de la pobreza con un plan que vaya más allá de titulares y fotos de políticos.
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