El lenguaje sí que importa

Por si le interesa. «Llamar a las cosas por su nombre no es baladí. Mucho menos cuando el lenguaje se usa para definir escenarios de conflicto en los que los ánimos están más subidos de lo normal». Gaumet Florido

Jueves, 16 de julio 2020, 14:21

Leía días atrás una noticia del compañero Jesús Quesada sobre el hallazgo de nuevos huesos de víctimas de la represión franquista en el pozo de Tenoya y me fijé en que usó varias veces el término fascista para referirse a aquellos viles asesinos. Me llamó la atención por lo trillado que ahora anda este calificativo. Ahora cualquiera puede ser tachado de fascista. Lo es el Estado español a juicio de los independentistas catalanes. Lo es cualquiera que no comparta juicios con la CUP, o con Podemos.

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Es probable, casi seguro, que los cuatro, diez o quince desalmados que cometieron aquel condenable y execrable crimen en la Arucas de 1937 no tuvieran ni idea que era eso del fascismo. Es más, no sabrían leer ni escribir. Pero es verdad que sus actos eran movidos o inspirados por una facción política en la guerra que sí bebía de aquel movimiento ideológico que tanto arraigó en la Italia de Mussolini, por lo que el término, a mi juicio, estaba bien traído.

Y eso, llamar a las cosas por su nombre, no es baladí. Mucho menos cuando el lenguaje se usa para definir escenarios de conflicto en los que los ánimos están más subidos de tono de lo normal y no todo el mundo los enmarca en ese contexto y, por tanto, no los relativiza. Eso hace, por ejemplo, que haya muchos catalanes que de verdad crean a Puigdemont cuando tacha a España de Estado totalitario o autoritario (menudo insulto a la inteligencia). O que muchos votantes o simpatizantes de Podemos asientan con la cabeza cuando Pablo Iglesias califica a los detenidos por desobedecer al Tribunal Constitucional como presos políticos (y tan pancho). Como tampoco es permisible que desde el PP se reduzca el problema catalán al desvarío de cuatro locos o que aludan a la CUP como una panda de radicales. El lenguaje enardece y, dados los ánimos, puede ser la antesala de la violencia. Todos deberían cuidarlo.

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