En las letrinas y cloacas de las redes sociales, desgraciadamente, nos hemos acostumbrado a convivir no solo con el universo peregrino de las fake-news, así como con el crisol surrealista de las opiniones más controvertidas.
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El cuento del burro, el padre y el hijo cobra especial vigencia en estos tiempos de omnívora apetito por el disparate en internet. Y en estas recientes navidades vimos un sinfín de ejemplos en los que las críticas se precipitan con singular pasión sobre todo acto organizado por cualquier institución.
Sin ir más lejos, la Cabalgata de Reyes de la capital grancanaria fue un ejemplo más que interesante. La primera polémica se suscitó con el uso (o no) de camellos como montura. Al principio se anunció que no se contaría con ellos, y corrieron ríos de tinta criticando la ruptura de una romántica tradición. Luego se dio a entender que estarían presentes, pero sin cargar a nadie al final del itinerario. Fue el turno de los colectivos animalistas que se fueron a la yugular contra el ayuntamiento. En redes se multiplicaban los grupos y subgrupos enfurecidos en una y otra dirección. En mitad del camino, la sustitución del Rey Melchor afiló aún más las aristas con nuevas críticas. Ni siquiera la barba de Gáspar escapó al ejercicio de bilis digital que incluso trascendió en algunos medios. A ello se añadió el tráfico y, como plato final, los 19.000 kilos de basura y las escenas de botellón. ¿Es cuestión de desidia política o falta de civismo? Me inclino más por lo segundo, pero da igual. Las administraciones de turno se llevaron el fuego del averno completo. Por supuesto, hay que hacer acto de conciencia institucional, faltaría más. Pero esto va in crescendo. Ahora llegan los carnavales donde, por no perdonar, ni se perdona el agua de lluvia. ¿Recuerdan alguna edición que nos dejara con buen sabor general?
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