«Ya no quedan plagas para este pueblo»

El cura moyense Diego Hernández que se encuentra en Venezuela dando clases de teología, radiografía para CANARIAS7 una nación en la que «no todo son marchas y manifestaciones. Lo más difícil vuelve cuando hay que volver a la rutina de horas sin luz»

Diego Hernández / Caracas

Jueves, 16 de julio 2020, 18:33

El martes 30 de abril Venezuela se levantó con la sorprendente noticia de la liberación del dirigente opositor Leopoldo López. Para mayor sorpresa, algunas militares se sumaron a la causa del presidente encargado Juan Guaidó. En Caracas comenzó a moverse una nueva esperanza que sacó a muchos de sus camas para ir a acompañar el movimiento convocado por los líderes antichavistas junto a la base aérea militar de La Carlota, en la zona este de la ciudad. Parecía que por fin se habría un camino de luz entre la oscuridad (real y simbólica) en que Venezuela lleva sumida unos cuantos meses.

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Poco a poco los ciudadanos se fueron congregando en distintos puntos de la ciudad para manifestar su respaldo a la iniciativa de Guaidó, pero tras las embestidas de la policía del régimen, los concentraciones se fueron dispersando y regresando a sus casas. Golpe bajo de la dictadura que no dudó en reprimir a la población desarmada con perdigones, bombas lacrimógenas o arremetiendo con los vehículos blindados a los civiles que iban a pie. Los vídeos que circulan por las redes sociales dan buena cuenta de ello y las imágenes estremecen por su crueldad.

Hasta aquí la jornada del martes. La noche se cerró con una nueva llamada a marchar el Primero de Mayo y con las noticias de que Leopoldo López se había refugiado primero en la embajada de Chile y después en la de España.

Concentraciones

El miércoles se produjeron concentraciones opositoras a lo largo del país. Las marchas fueron multitudinarias en Caracas y en el interior. Nuevamente los intentos del chavismo por sofocar las manifestaciones pacíficas se tradujeron en heridos de bala, asfixias y desmayos por las lacrimógenas y dos fallecidos por disparo. Las indicaciones de la dirigencia política de Guaidó fueron una invitación a un paro escalonado entre los trabajadores públicos y a mantener la presión en las calles hasta que el régimen madurista caiga. «No hay vuelta atrás», es la expresión más repetida de estos días.

Detrás de la noticia siempre se esconden muchas historias. Los religiosos que vivimos en Venezuela también nos hemos preocupado de acompañar al pueblo venezolano en sus aspiración y lucha por la libertad. El padre Enrique Yanes, hijo de dos emigrantes canarios, lleva años apoyando las protestas y las marchas en la calle. Se ha convertido en uno de los rostros visibles del movimiento pacífico contra el comunismo venezolano. Ataviado con su sotana y con una bandera nacional anima a los marchantes a ser fieles al compromiso liberador.

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«No hay escudo que valga»

También las religiosas participan, a lo largo y ancho del país, en las concentraciones que se suceden desde hace años. Los hábitos se han vuelto comunes en los peligrosos escenarios de las calles, porque sufren los mismos atropellos que el resto de la población. No hay escudo que valga. Con un admirable valor enfrentan a la policía bolivariana que reprime, secuestra, agrede o roba a los que encuentran a su paso. En la era de las comunicaciones inmediatas ha quedado suficiente testimonio gráfico de los abusos cometidos por los «agentes de la ley».

Los jóvenes que se preparan para el sacerdocio saben el momento difícil que atraviesa el país, su país. Con la misma alegría con que bromean entre ellos, empuñan su bandera y el rosario para clamar «libertad». Son conscientes del peligro al que se enfrentan y de la suerte que les puede tocar si están en el momento y el lugar equivocado, pero más temen que se perpetúe el régimen liberticida que tiene a la población sumida en el caos y la miseria. Nadie quiere desechar la oportunidad de contribuir en algo al movimiento opositor, porque las esperanzas se van perdiendo poco a poco y los caminos para recuperar la democracia parecen cada vez más escarpados.

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Subir la temperatura poco a poco

Pero no todo son marchas y manifestaciones. Lo más difícil vuelve cuando hay que volver a la rutina de horas sin luz (en algunas poblaciones la luz no se va, sino que llega), ausencia de medicamentos (desde los más comunes a los especializados), inflación galopante (el sueldo es de 18.000 bolívares y una coca-cola cuesta 13.000) y días completos sin agua porque el servicio es muy deficiente. Toda va colapsando poco a poco, pero la esperanza de Guaidó y con él de la mayoría de la población, parece no tener final.

Dicen que, si se quiere sancochar una rana viva, no se la puede echar al agua hirviendo, sino que hay que meterla en agua fría e ir subiendo poco a poco la temperatura. Cuando quiera saltar fuera de la olla ya será tarde, porque sus músculos se habrán entumecido. Algo así ha sucedido en Venezuela. El régimen chavista ha ido subiendo poco a poco la temperatura: se fueron recortando derechos, se fue intimidando a la población para que no protestara, se fueron deteriorando los servicios, se fue minando la libertad...

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Manto de sombra

Ya no quedan plagas que aplicarle al querido pueblo venezolano, nuestra octava isla, como solemos decir los canarios. Algunos cuerpos de seguridad del estado se han convertido en los aparatos de la represión y el terror. Se ha hecho práctica común el secuestro y la desaparición forzosa, las incriminaciones absurdas a los opositores o la ejecución en sectores populares de delincuentes comunes. En los barrios de Caracas se sabe lo que la policía bolivariana (SEBIN) o el cuerpo operaciones especiales (FAES) es capaz de hacer para amedrentar a la población. Nada de esto es inventado, los religiosos que asistimos a los sectores populares de la ciudad sabemos lo que allí se mueve. Nada de esto saldrá en los telediarios porque hay un manto de sombra que oculta las tropelías. Hay que verlo para creerlo.

En medio del caos, una luz. Creemos que éste es el momento definitivo y que se pueden estar viviendo las horas finales de la batalla, aunque después haya que reconstruir el país desde sus escombros.

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