Y no

Las turbulencias estaban anunciadas al margen de lo que pasara en las elecciones europeas. Los resultados han generado el ruido suficiente para entretener a los intelectuales descontentos, por esos remolinos surgidos en el mapa de la izquierda y por la firmeza creciente de la abstención. Más que inquietud, las ausencias en las urnas provocan alivio entre los de siempre, porque puestos a repartir, cuantos menos mejor. Así que los 956.319 canarios que esquivaron las urnas marcan la lejanía creciente entre las islas y Europa, a los que se suman esos 25.400 que acudieron con una papeleta nula o en blanco. Unos cachondos cabreados como tantos otros.

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Ahora Canarias queda sometida a la tormenta del petróleo, en un escenario de cortinas y coacciones frente a tantas urgencias. A falta del veredicto de los tribunales, pendiente de responder sobre las formalidades del caso, se evoca el derecho a decidir cuando el pescado está vendido. Parece que la fiesta empieza ahora, cuando los medianeros llevan diez años de ventaja pisando moquetas y despachos sin que ningún estratega midiese la forma de cerrar el paso antes de entrar en mar abierto. En este caldo se guisará esta enmienda transitoria, apenas un año de fuego para despejar la incógnita electoral. La ausencia de energías renovables desmiente la limpieza de los aliados en su algarada. Demuestra las décadas perdidas, la mercadería reinante, el paisaje también desperdiciado. Juan Manuel García Ramos, y otros muchos con él, se pregunta por los resultados de 21 años de gobierno nacionalista, vistos los niveles desbordantes de pobreza, la juventud sin horizonte. Se fabricó futuro sin alternativas, acomodando la riqueza sin otro reparto que el beneficio intensivo a corto plazo. Y no; ningún consuelo añade esta efervescencia de disidentes reagrupados. Para cambiar el rumbo, Canarias necesita algo más que una escandalera cada vez que se acerca la hora de votar.

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