Valerón, el adiós de un grande
Cada vez estoy más convencido de que el rostro de las personas dice mucho de ellas. Te puedes equivocar, y de hecho ocurre, pero solo de vez en cuando. Pero por lo general la primera impresión cuenta, y mucho. Es el caso de Juan Carlos Valerón, que es verlo y denota que es buena persona. Y que lo es a lo grande. Y por eso su adiós merece algunas consideraciones que, amén de la satisfactoria noticia de la liberación de los tres periodistas en Siria, no pude hacerlo antes. No todas las temporadas se retira un jugador de su nivel. Pasó por varios clubs importantes (sin ser los dos de siempre) y en cada uno de ellos dejó su huella, tanto en el terreno de juego como en el vestuario. Por supuesto, también contó para la selección española; pero tan solo por unos escaños años no le tocó saborear la mejor etapa. Él adelantó el estilo que vendría con la conquista de los trofeos internacionales, pero fruto del azar de la vida no coincidió.
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Cuando Valerón dejó el Deportivo de La Coruña podría haberse ido a su casa tranquilamente. Dedicarse a otra cosa. Y, sin embargo, quiso aportar aún a la Unión Deportiva Las Palmas que entonces (hace nada) seguía en la Segunda División. Todos sabíamos que lo que iba a añadir era visión de juego durante los minutos que saliera al campo a la par que convertirse en un icono para los más jóvenes pendientes de contar con un referente experimentado. Son esos los que, dentro un tiempo no tan lejano, sonreirán orgullosos de haber compartido una o dos temporadas con Valerón en el recinto de Siete Palmas o aquellos que lo hicieron previamente en sus inicios en la década de los años noventa en el célebre Estadio Insular.
En fin, cuando en el encuentro ante el Athletic de Bilbao el domingo por la tarde Valerón fue sustituido, concitó una ovación general y el reconocimiento del adversario. Se marcha sin dejar enemigos. Cosa nada fácil en un mundo donde coexisten tantos intereses y un inabarcable afán por competir. Esa es precisamente su mejor lección. Que él no solo jugó a fútbol, que también y a lo grande, sino que lo hizo sabiendo que el objetivo final era otro: que se notara su impronta personal. No hace falta compartir un cortado con él para darse cuenta de la dimensión humana que trasciende en su persona. Una cualidad que escasea hoy en día, tanto en el ámbito del deporte profesional como en el de la vida a pie de calle. Adiós, maestro.
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