Trampas
Por ahora, todo son palabras. Escritas, cantadas, televisadas, lanzadas como botellas empapadas en alcohol, pero sólo palabras. Un recital de groserías que algunos atribuyen a la normal alternancia democrática, y otros narran como el espectáculo de un bufón con mechones dorados. Una risa. En Wall Street, uno de los centros mundiales de los negocios, están que se parten. El miércoles pasado, el aviso de la renuncia de Estados Unidos a los acuerdos comerciales con los países del Pacífico y con México fue recibido con tal entusiasmo, que la Bolsa de Nueva York «se convirtió en una fiesta», según cuentan los cronistas destacados en la zona. El Dow Jones batió su propio récord al superar los 20.000 puntos. La euforia «consagra la momentánea confianza de inversores y operadores americanos en su nuevo presidente, Donald Trump», describe por ejemplo José Luis de Haro en su web Desdewallstreet.com. Ese mismo día, el valiente firmó la orden para blindar las fronteras del imperio; un muro en México, un tapón a los árabes y una patada a quienes anden sin papeles por las calles del paraíso. Y como todo lo que dice se vende bien, pues no le costó nada el canto a favor de la tortura, por ahora limitada a sospechosos yihadistas y en intensidad moderada, apenas unas astillas clavadas en las uñas, un ligero simulacro de ahogamiento con la cabeza del reo sumergida en algún líquido. Por eso, porque sólo son palabras, no hay de qué preocuparse. Como el sector petrolero ya tiene garantías de que podrá arrasar tierras hasta ahora vetadas, todo irá bien. Habrá más trabajo, y menos impuestos. Los más aguerridos están al acecho de cualquier mentira. Pero tal vez sea más urgente advertir los riesgos de algunas intenciones. Porque las palabras serán trampas para todos, más temprano que tarde.
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