Vea la portada de CANARIAS7 de este sábado 6 de diciembre de 2025

Tendrán que cambiar

El enaltecimiento realizado desde todos los estamentos a Adolfo Suárez, tras su muerte, ha sido, sin duda, un reconocimiento merecido a la ingente e histórica labor de ingeniería política de quien fuera el primer presidente democráticamente elegido en España después de demasiados años de dictadura.

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Pero siendo merecidos todos estos parabienes, todos ellos, viniendo de la boca de quienes hoy son protagonistas en primera línea de la política española, son también, aunque así no lo quisieran, una radiografía de las muchas carencias que arrastran las maneras ahora imperantes.

El que desde todos los rincones del arco parlamentario se le reconozca a Suárez como valores su apuesta decidida por la unidad, la solidaridad, la concordia, el acuerdo, el consenso, el diálogo, la reconciliación, la generosidad, el valor, la inteligencia, la valentía, la habilidad para timonear una crisis política y económica de órdago, la política con mayúsculas, la honestidad, la tolerancia, la ausencia de sectarismo, los pactos, desde la lucidez de entender que ninguna ideología contaba con respuestas y fuerzas suficientes para imponerla al resto y superar las dificultades, es la aceptación de que la política de hoy está bien lejos, para mal, de la que imperaba en los tiempos en los que Adolfo Suárez le tocó desempeñar el papel de principal protagonista. También con sus sombras, que la nostalgia no nos ciegue, que no pocos fueron los episodios escabrosos, incluso con víctimas, que se taparon en aquella época de luces y sombras; pero, con todo, el veredicto de la historia parece contundente. Los valores de ayer están bien lejos hoy.

Pero, nada de esto es nuevo. La deriva viene de años. Y los golpes al pecho de estos días de nuestra clase política no indican que vayan a provocar contrición alguna. Gestualizaron el consenso de todos unidos ante el féretro del expresidente y cumplido el ritual la política ha vuelto al encarnizamiento y sectarismo en el que estamos instalados desde hace mucho.

Y el mismo día en que moría Suárez, con cuyos valores la ciudadanía ha dicho claro que empatiza frente a lo reinante, se celebraron elecciones en 36.000 municipios de Francia. La abstención alcanzó cotas históricas, casi un 40%, en clara respuesta a la falta de sintonía que existe entre las capas populares y los políticos de todo color, al entenderse que éstos no se preocupan seriamente de los problemas de la mayoría, por no hablar de las dudas que planean sobre la ejemplaridad de los electos.

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Allí y aquí la desafección parece la misma. Allí y aquí, valga el dato de las elecciones del domingo y todo lo antedicho a propósito de Adolfo Suárez, la brecha entre el pueblo y sus electos no deja de crecer. Allí el periódico Le Monde, analizando el peligroso cansancio democrático instalado, dijo: «Puesto que no se puede cambiar de pueblo, son los elegidos los que han de cambiar su comportamiento». Como quiera que Suárez consiguió que Europa no acabase en los Pirineos, lo dicho por el prestigiosísimo diario parisino también vale para aquí.

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