Tarta
Ahora que la crisis exige apuestas nuevas, la identidad canaria vuelve a tocar tierra. Ya una vez el suelo se convirtió en solar y habitó entre nosotros, lo dibujó Faustino García Márquez, y así pasó lo que pasó hasta llegar aquí. Un terreno hambriento.
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El suelo rústico es la clave, el soporte del desarrollo sostenible. De la lectura ligera del borrador presentado por el Gobierno canario estos días es difícil deducir si el nuevo marco va a urbanizar los campos, o en cambio, pretende ciudades más rústicas. Santiago Pérez cree que el modelo dibujado se parece a lo ocurrido en los últimos años en la taifa de La Laguna, donde las necesidades de crecimiento echaron el ojo a seis kilómetros cuadrados de suelo agrícola con el fin social de convertirlo en urbanizable. Parcela o finca, es la cuestión. Canarias es un laberinto de linderos con campos sucios y ciudades en trinchera.
No es nuevo, ni está aislado el asunto; con la legalidad vigente se levantaron hoteles a pie de playa. Alcaldes los hay dispuestos a montar un cafetín en el Roque Nublo, y no son menos de veinte los electos que denostan a mano alzada las advertencias de legalidad. Se pasan los informes técnicos por los forros de las urnas. En su afán de deslindes, el texto oficial culpa del daño causado a la maraña legal existente, exculpando al funcionario diletante. Y sostiene que todos los alcaldes son buenos, por su naturaleza y comprensión.
En alguna capital, las licencias de obra tardan más de ocho meses en tramitarse, ajenas a las nuevas tecnologías. En una comunidad donde algunos concejales de Urbanismo de Podemos no le cambian una coma a los convenios urbanísticos heredados del PP no será tan difícil el consenso, si la tarta es buena. Lo importante es el concepto: el suelo sigue siendo la ley.
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