Sin registro

Antes los niños tenían miedo del bosque, de los rincones oscuros por donde podían venir los lobos o las brujas. La seguridad, esa fortaleza inicial tan necesaria para crecer, la daba el grupo, la pandilla, la manada. Dice Norberto Bobbio que hubo un tiempo en el que los niños se sentían a salvo en la ciudad, en el espacio comunitario.

Publicidad

Ahora la policía, tan canaria, descubre algún menor habitando al margen de las normas, sin registro civil, sin escuela, durante quince años. Y presume de ardua operación, desarrollada con una pericia desconocida en la lucha contra el delito fiscal. No hacen falta inteligencias para saber que algo no funciona en Jinámar. No es precisamente una medalla lo que otorga la vida marginal de un muchacho que por no tener, carece incluso de antecedentes penales.

La organización Save the Children dice que la lucha contra la pobreza infantil en España es inútil por inexistente. No es la única, sólo la más reciente. La inversión pública en protección a la infancia está por debajo de la media europea, sin urgencia. Uno de cada tres menores anda ya perdido en el bosque de la miseria. En Canarias, los últimos acontecimientos limitan el interés a la dudosa eficacia de la estadística policial.

Todavía nadie ha pedido perdón a los vecinos de Jinámar condenados a respirar sin aire libre. En tiempos de pérdidas, los gobernantes se esmeran en el escarmiento preventivo de los humildes, a sabiendas de su ventaja electoral. La población residente prefiere la ausencia de un registro social que en nada les dignifica, a sabiendas de que lo más importante no se aprende en la escuela. La economía mientras tanto sucumbe a la mala hierba; uno de cada tres euros corrientes es hoy clandestino. Por cada niño que se hunde en la selva alguien se ahorra una moneda. Se cultiva sólo de lo que se siembra.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Regístrate de forma gratuita

Publicidad