Rincones y momentos de Semana Santa

Lunes, 20 de julio 2020, 07:17

Casi todos los grancanarios, como muchos de sus visitantes, tienen un rincón, un momento, un entorno, un trono o paso, una cofradía, unas esquinas, callejuelas y plazoletas con las que busca reencontrarse cada Semana Santa. Son incluso, la mayoría de las veces, instantes fugaces, lugares cotidianos que en estos días parecen transportados a un orbe distinto, íntimo, que se hacen parte sustancial para los sentidos y los sentimientos más evocadores. Es como un instinto de la memoria que busca cada año la savia más fecunda de su ser y sentir, de una manera de ver y entender lo propio que se ha transmitido generación tras generación a través de décadas, de siglos, en ese discurrir hondo y sustancioso de la historia pasionista isleña en sus viejos barrios de Vegueta y Triana. Alguien me decía en estos días que si tuviera que explicar qué era la Semana Santa de Vegueta diría que una mañana soleada de Viernes Santo ante la inmensa fachada de la Catedral de Canarias, cuando el Cristo de la Sala Capitular y la Dolorosa catedralicia entran poco a poco en el templo, entre los acordes de la marcha fúnebre de Chopin y sobre una marea de mantillas blancas, mientras el señor obispo, desde el balcón de palacio, verdadero púlpito semanasantero laspalmeño, imparte a todos su más solemne y afectuosa bendición. Al momento hubo quien replicó y señaló que para ella su estampa más personal de ese momento era el paso de ambas imágenes de Luján por la plazoleta del Espíritu Santo, bajo las altas palmeras, entre el rumor del agua de aquella fuente, el murmullo del rezo del rosario y la sonrisa leve de los pequeños acólitos ante cada uno de los tronos. Los viejos barrios también viven estos días grandes anclados en el cliché de la memoria de cada persona que busca reencontrarse con instantes de su infancia al aire de la procesión de El encuentro o del Paso, en la plaza de Santa Ana, una ceremonia secular de la que muy diversos cronistas y literatos dejaron constancia como uno de los momentos más evocadores de las vivencias hondas de los grancanarios en estos días. Una celebración que siempre atrapó a cuantos la contemplaban y que ahora, tras recuperarse hace unos años, tampoco deja indiferente a nadie. Cada cual ha conformado poco a poco, en el seno familiar, en el entorno parroquial o cofradiero, en el de los amigos, su propio arquetipo de lo que es la Semana Santa isleña en estos rincones históricos, cuyo diseño parecía hecho al modo y manera de la escenografía más adecuada para una espléndida expresión de arte y religiosidad pasionista. Surge de esta manera una idea, una concepción engarzada en retazos de recuerdos y vivencias personales que de una u otra forma se comparten y conforman una expresión única, cargada de verdadero sentido e identidad isleña semanasantera. Algunas escenas ya no existen de por sí, como la del Señor en el Huerto de los Olivos al amanecer de cada Lunes Santo por la Alameda de Colón, ó la del Cristo del Granizo atado a su columna irrevocablemente cada Martes Santo por la plaza de Santo Domingo, pero con ellas nos reencontramos, o las rehacemos fervientemente, cada Viernes Santo cuando la procesión magna cobra mayor intimidad por callejuelas vegueteras y trianeras. Es la esquina de la Genovesa, ese punto entre Dr. Chil y Reloj, ante el viejo seminario y a la vista de las altas torres catedralicias, que parece hecho especialmente para esta antiquísima imagen de la Dolorosa que se venera en San Agustín. Como no pueden concebirse las altas oras de la noche del Viernes Santo sin el caminar muy quedo, muy cansado de tanto dolor, de La Soledad por la calles de Triana y de Vegueta. Sin embargo, no todo es el tiempo ido, lo que existió y sólo vive en la memoria; ahora aparecen nuevas manifestaciones y se crean nuevas vivencias que ya tienen cuentas en el rosario de nuestras tradiciones, que ya han generado escenas y sentires que marcan a miles de isleños. Es la Esperanza de Vegueta y su amantísimo Hijo, Nuestro Padre Jesús de la Salud, despidiendo, en una abarrotadísima plaza de Santo Domingo, un Domingo de Ramos que, como siempre, comenzó con la bulla alegre e infantil por las calles trianeras junto a Jesús en la Burrita; es la Dolorosa de Triana en su espléndida salida por la diminuta y bellísima puerta de San Telmo cada tarde de Miércoles Santo desde hace ya veinticinco años. Sin duda la Semana Santa isleña ha cambiado, lo hizo siempre a través de los siglos y de muy diversas épocas y etapas, pero lo ha hecho siempre, lo hace hoy, para que todo siga igual en el paraíso de los sentimientos y las vivencias personales de cada uno, donde permanece en todo su esplendor como uno de los elementos mas vigorosos de las tradiciones, la identidad y la religiosidad de todos los habitantes de Gran Canaria.

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