Noción
El proceso catalán convierte en inservible el molde conocido del nacionalismo canario. Cuenta la leyenda que desde los inicios de la democracia española, maduró en las Islas Canarias un movimiento que pretendía situar el centro de las decisiones políticas en el interior del Archipiélago. La efervescencia inicial de esa fórmula conocida como la Unión del Pueblo Canario no llegó a cobrar el primer quinquenio, aunque en medio de aquellas convulsiones primarias la voz de Fernando Sagaseta escenificó en Madrid ese nuevo ideario, que alcanzó a evitar, por ejemplo, la construcción de una base aeronaval en Arinaga. El testimonial rechazo isleño a la OTAN en el referéndum de 1986 dio por terminada aquella experiencia. El viento de la historia alejó la promesa de una Canarias libre y socialista como esas cometas que se pierden en las playas.
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El siguiente capítulo se inicia en 1993, cuando las debilidades de Jerónimo Saavedra y el PSOE isleño ayudan a levantar las alas del fenómeno denominado desde entonces Coalición Canaria. Los náufragos de la anterior travesía fueron rescatados por las barcazas de la burguesía tinerfeña, que completó así la mutación de aquella oruga defensora del franquismo en la nueva mariposa nacionalista. Que Luis Mardones fuese el sucesor de Sagaseta como voz canaria en Madrid es, más que una anécdota, el síntoma de esa transformación. No sólo por contraste biográfico. Este movimiento pendular logró que el centro de las decisiones isleñas se estableciera definitivamente en Madrid, afianzando la cultura de la dependencia a golpe de talonario. El papel de José Carlos Mauricio como conseguidor definió ese nacionalismo de moqueta, ya sin fronteras ideológicas.
Ahora nada será igual. Cataluña estrena un paisaje nuevo. En el Atlántico medio, la proximidad de la tormenta obliga a NC a buscar abrigo en el PSOE, mientras el joven tinerfeñismo gobernante reivindica los ancestros del PP, incluido José Miguel Bravo de Laguna. Nociones de patria con fecha de caducidad.
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