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Las preferencias del vampiro

Antonio F. de la Gándara

Viernes, 17 de julio 2020, 10:49

Lo único que me molestó (y un poquito nada más, no crean) fue el mamoneo del patio de butacas ¿era un concierto de Sting o la gala drag?, y me quito la espina rapidito: si ese era el peaje que había que pagar para conseguir que Sting aterrizase en Gran Canaria, estoy dispuesto a soportarlo de nuevo.

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Aclaro para los malpensados que el día en el que salieron a la venta las entradas estuve un par de horitas ante el ordenador y pagué religiosamente mis dos boletos.

Dicho esto, y que lo entienda el que quiera, al turrón: me pareció un concierto fabuloso, un espectáculo de primera fila digno cualquier gran capital europea. El artista no se quedó en cumplir con el trámite y tanto él como el envoltorio que lo adornaba brillaron a gran altura.

Vayamos con el formato elegido: es un truco ya viejo, en este mercado tan exprimido, el vender por nuevo lo que no lo es, a saber y por ejemplo: BMW hace una moto, luego le pone un carenado, luego dos ruedas delante, luego un cinturón de seguridad, y todo parece apuntar que está a punto de inventar lo que conocemos como.... ¡el coche! Danone anuncia que ha metido fresas en un yogur y que las ha triturado y... ¡zas! Nos presenta su nueva creación ¡el yogur de fresa!

Pues, miren, la Decca se hizo famosa en los años 60 por orquestar de forma brutal a la mayoría de los artistas de su catálogo ni los Stones se salvaron; escuchen She´s a rainbow con terribles arreglos de cuerda, lo que por supuesto los músicos no llevaban a sus directos. Ahora, siglo XXI, simplemente asistimos al fenómeno inverso: las piezas grabadas en crudo se llevan al directo con orquestación. Lo hicieron en los ochenta y noventa gente como Yes o Mike Oldfield, y este año giran con esta fórmula, entre otros, Sting y Peter Gabriel.

Hablemos de la sinfonización que vimos el miércoles: Sting, compositor como tantos de variables ciclotímicas, toca muchos palos en su repertorio (pop facilón, rock callejero, reggae, new wave o rock culto, entre otros), y su repertorio, en líneas generales, encuentra fácil encaje en la orquestación; los temas más edulcorados se dejan embaucar sin traumas por esos arreglos Decca a los que me refería antes (Every little thing she does is magic, la canción de apertura, es un buen ejemplo) y las piezas más profundas encajan a la perfección en el pentagrama de la orquesta gracias a la erudición del cantante.

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Hablo, por ejemplo, de Russians: la propia partitura ya era una versión libre de la suite Liutenant Kijé de Prokofiev, y a mi me pareció que, en la lectura sinfónica, Sting hace un plausible patchwork entre esta pieza y los tres golpes trágicos con los que comienza Montescos y Capuletos, del ballet Romeo y Julieta, mismo autor. ¿Demasiado dramático, dices? Es posible, pero tengamos en cuenta que la letra habla del temor a un holocausto nuclear. Para mí fue de lo mejor del concierto.

Otra de las influencias que impregnan las apuestas más sesudas de Sting está en las obras de Kurt Weill, no en vano el inglés grabó en su día Mack the knife para el disco en comandita Lost in the stars.

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Y me pareció vislumbrar ese decadente punto berlinés en Moon Over Bourbon Street, que por otra parte es la historia de Lestat, el vampiro de la novela de Anne Rice. Se enfundó Sting en una chaqueta con imposible mangas acabadas en pico y forradas de rojo que parecían colmillos sangrantes. Los arreglos, aquí de cabaret, parecían mecernos entre Weill y otro protopadre de los rockeros: Grieg, del que ya echó mano Fritz Lang para inmortalizar a su vampiro de Dusseldorf.

Un último guiño: This Cowboy Song y los pasajes más paisajísticos de Dmitri Tiomkin. Termino: Desafortunadas, me uno, las orquestaciones de Roxanne y Next to you, y prodigiosa la voz del cantante hasta en el último bis, la versión secret policeman de Message in a bottle. En el 83, en Madrid, acabó afónico.

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