Las Palmas de Gran Canaria de ayer y hoy
El señor Néstor Álamo en abril de 1954, al iniciar su pregón de las entonces fiestas de la Ciudad, las de San Pedro Mártir, patrón de Gran Canaria, resaltaba como referirse a las mismas era plasmar el «amor y devoción hacia nuestra tierra; hacia su pasado, hacia sus glorias y tristezas; hacia la sombra y el sol de su vivir de ayer, de hoy y de siempre», un mensaje que, retomado más de sesenta años después, se nos presenta no sólo vigente, sino muy adecuado para centrar lo que debe ser el núcleo sobre el que se articule la celebración de las Fiestas Fundacionales y la conmemoración del establecimiento de aquel Real de las Tres Palmas hace 537 años y el devenir que tuvo a través de los siglos, fruto del cual es la actual ciudad cosmopolita, populosa, inquieta, ó «magnánima» título que Luis Morote llegó a proponer en 1910 que se uniera a los de Muy Noble y Muy Leal que, con todas sus luces y sombras, se abre al mundo bajo el nombre sonoro y luminoso de Las Palmas de Gran Canaria. Imbuido en ese ser y sentir de la historia de la ciudad, de esa mirada que va de ayer a hoy, cada mañana de San Juan, y tres fueron los Juanes de la fundación de la ciudad, el capitán Juan Rejón, el deán Juan Bermúdez y el obispo Juan de Frías, me gusta acercarme al recinto de San Antonio Abad y, al menos, palpar suavemente su puerta, pues casi siempre está cerrada cuando al menos ese día debería estar abierta-, para percibir e imbuirme de siglos de vibraciones, de vida, del devenir de una urbe que tuvo allí uno de sus primeros pasos fundacionales; desde allí un pequeño salto a la Catedral de Canarias para cumplimentar a Santa Ana, la patrona de la ciudad, de la que Rejón fue tan devoto que incluso quiso verla en la señora que le indicaba el camino hacia el Guiniguada, según cuentan viejas crónicas y leyendas. Luego me traslado a la iglesia de La Luz para asistir a la misa conmemorativa de la que, al alba de la alegre mañanita de San Juan, se dijo en aquella playa de Las Isletas por el deán Bermúdez en honor a nuestra Señora de Guía, a la que siguió una plática del propio Rejón en orden a la voluntad de establecerse en aquel territorio isleño. Es un paseo por la historia de los orígenes de la ciudad que da sentido y motivo a la conmemoración y a las fiestas que concita, como también se ha convertido en cita ineludible para el ser y sentir, para la razón de estos festejos fundacionales, el Paseo Nocturno por la Vieja Ciudad que se celebra cada año días antes del 24 de junio, esa fecha que hace que Las Palmas de Gran Canaria sea una de las pocas ciudades que tiene el privilegio de conocer el día exacto, y casi la hora, de su nacimiento. Y es que las Fiestas Fundacionales son, deben ser, piedra de toque, motivo e impulso, para cada año dedicar un tiempo de nuestra vida cotidiana a acercarnos a la memoria del devenir de ayer a hoy, de más de cinco siglos, que permitió y trajo la ciudad que nos ha tocado y sobre la que seguimos trabajando para traspasarla a las futuras generaciones. Junio se ha convertido en un verdadero y simbólico mes fundacional para la ciudad, pues la conmemoración no debe quedar sólo en la mera fecha de aquel 24 de junio de 1478, sino abarcar el recuerdo de todas aquellas otras que aportaron eventos, circunstancias, acciones que contribuyeron decisivamente a que la urbe sufriera transformaciones por las cuales se puede hablar tras ellas de verdaderas, lógicas e imprescindibles refundaciones para que la ciudad avance y progrese, con toda la carga de dolor y alegría que siempre acompaña el camino de la humanidad; y recuerdo ahora momentos como el ataque de Van der Does en 1599, la época de la Ilustración, la llegada de la cochinilla, la Ley de Puertos Francos y los primeros periódicos a mitad del siglo XIX, la construcción e inauguración del Puerto de La Luz, que propiciará una nueva ciudad, como la que también surgirá, a partir de la mitad del siglo XX, con la aparición de la Ciudad Alta sobre las tierras del antiguo municipio de San Lorenzo, al que también en estos días se debería recordar con todos los honores y la gratitud que merece. Tampoco me sustraigo a rememorar ya, treinta y siete años después, el inicio de estas mismas Fiestas Fundacionales en junio de 1978 justo cuando la ciudad cumplió y celebró sus 500 años de existencia, pues constituyeron un verdadero eje de transformación en las celebraciones, en el modo de ver y sentir esa historia de ayer a hoy de Las Palmas de Gran Canaria. Ante todo ello, ante este simbólico y elocuente 24 de junio fundacional, no puedo dejar de recordar una vez más, mecida sobre las suaves brisas atlánticas que susurran y acarician a la ciudad y a sus gentes, a la bellísima mariposa de la metáfora con la que Domingo J. Navarro culminaba sus recuerdos de noventón a finales del siglo XIX, pero que al comienzo del XXI sigue en la plenitud de su vigencia: «Apareció como naciente oruga que había de crecer con precaria lentitud, para dormir después dilatados años convertida en inactiva crisálida. Hoy es una espléndida mariposa que llena de vida se eleva luciendo sus brillantes galas y su exuberante energía». ¡Feliz 537 aniversario, Las Palmas de Gran Canaria!
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