Gran Canaria y su Cabildo hace 100 años
Gran Canaria vivió los primeros años del siglo XX entre enormes esperanzas y anhelos de un futuro que se auguraba brillante, abierto al progreso gracias al desarrollo de sectores y actividades hasta ese momento incluso impensables en la isla, al tiempo que entre la inquietud y el desasosiego que producía el ver como tales perspectivas no podrían quizá madurar, y muchas ni siquiera cumplirse, al no contar con un sistema administrativo y político que le permitiera afrontar decisiones y resoluciones con verdadera capacidad propia. La inauguración de un moderno puerto en la Bahía de Las Isletas, que se contempló con una verdadera apertura a un futuro prometedor que llamaba insistente a las puertas de la isla, el turismo, el nuevo impulso a las exportaciones agrarias, la presencia de un comercio exterior activo y dinámico, modernos talleres y fábricas que atendían las necesidades industriales y de obras públicas, un sector de servicios que crecía mas allá de cualquier previsión posible en años anteriores, un entorno social que cobraba un dinamismo nunca visto pero que era exponente cierto de ese crecimiento a todos los niveles, un orbe cultural que comenzaba a tener una presencia y una significación que conectaba con la idiosincrasia de los grancanarios y tenía incluso una repercusión y una acogida notable fuera de las fronteras insulares, hacía de aquellos primeros años del siglo XX en Gran Canaria un momento único y quizá irrepetible que sus habitantes no podían dejar pasar sin aprovecharlo para introducir definitivamente a su isla en las sendas de la modernidad que venía buscando desde hacía ya muchas décadas. Así, Alfonso XIII, cuando en 1906 visita Gran Canaria, encuentra una población dinámica y numerosa, una urbe que resaltaba ya por su cosmopolitismo y que afrontaba su modernización con enorme capacidad y eficacia. Una isla y una capital que, por ningún motivo, podía y merecía ser abandonada a su suerte y a su entonces escasa capacidad de decisión político administrativa. Esa isla y su capital que asiste a un crecimiento social muy dinámico, un avance que se manifiesta en iniciativas como la de la Sociedad El Recreo, establecida y activa en la incipiente zona urbana del Puerto de La Luz, de traer como mantenedor de unos juegos florales inolvidables al Rector de Salamanca, don Miguel de Unamuno, cuya intervención fue muy polémica precisamente por referirse a cuestiones relacionadas íntimamente con las inquietudes y aspiraciones que señalaban a los grancanarios en aquellos años tan inquietos, o en la de publicar la primera revista para la promoción turística, la revista ilustrada Canarias Turista y establecer una sociedad de Fomento del Turismo que se preocupó por preparar a la isla y a su población para afrontar este novedoso y prometedor fenómeno económico, cultural y social, que requería mejoras en infraestructuras públicas, renovación y ampliación de la planta hotelera, e incluso una mayor alfabetización de la población, organizando incluso unos cursos de inglés elemental para los tartaneros. En 1913, y el año que viene se conmemorará con ello el centenario de la aviación en Canarias, el piloto francés Garnier efectuaría el primer vuelo sobre los cielos de Gran Canaria a las pocas semanas de haberse constituido este Cabildo Insular. Se sumaban así dos acontecimientos que, en aquellas circunstancias, eran verdaderos y elocuentes exponentes de la modernización y el enorme desarrollo que Gran Canaria debería afrontar a lo largo de todo el siglo que entonces comenzaba. Fueron años en los que las inquietudes y el desasosiego de buena parte de la población insular y de sus instituciones -hoy hablaríamos de la sociedad civil-, se tornó en verdadera indignación y se convirtió en una reivindicación permanente, que en ocasiones llegó a revestir tintes verdaderamente exaltados. Años de constante trabajo, de reuniones, manifestaciones, altercados, mítines que buscaban una reforma administrativa del Archipiélago que, en sintonía con lo señalado por el propio Canalejas, «...acaso, por satisfacer a todos, a ninguna agrade por completo...», pero que señalara el comienzo de una solución sobre la que construir un futuro cierto, equitativo y solidario para todas las islas. De aquella época se pueden recordar mitines en el circo Cuyás, asambleas como las celebradas en la Real Sociedad Económica de Amigos del País, que en ocasiones fueron levantadas a punta de pistola, como ocurrió con un mal encarado policía enviado por el nuevo Delegado gubernativo, sr. Zaera, pero sobre todo la multitudinaria asamblea pública celebrada el 19 de febrero de 1911 en la plaza de Santa Ana, ante la misma fachada de las Casas Consistoriales, presidida por los alcaldes de Las Palmas, Felipe Massieu y Falcón, Arrecife, Ruperto González Hernández, y Puerto de Cabras, José Castañeyra Carballo, con la presencia de alcaldes y representaciones de todos los municipios de Gran Canaria y de muchos de los de las otras dos islas orientales. Una gran tribuna, cortinajes, banderas, banda municipal de música y maceros señalaban la solemnidad y la trascendencia de aquel encuentro en el que si bien se pedía una vez mas la división provincial del Archipiélago, también se destacó como algo imprescindible una reorganización administrativa de las islas. En el mes de julio de 1912, hace ahora cien años, en el que el Puerto de La Luz sigue sin resolver una huelga que se amenaza con convertir en general, en el que se recibirá también la triste noticia del fallecimiento de Juan de León y Castillo, será cuando por fin se reciba la noticia con la aprobación de la nueva organización administrativa de Canarias, a la que toda la prensa de ese momento dedica espacios para comentar detalladamente una ley que quedará pendiente del Reglamento que la desarrolle para entrar en vigor, lo que no ocurrirá hasta el mes de octubre siguiente. Aquel proyecto de ley aprobado no fue acogido con igual satisfacción por todos, tanto que algunos comercios cerraron sus puertas y muchos vecinos colocaron crespones negros en balcones y ventanas, a la par que el Ayuntamiento pidió que se «...procuren recabar las mayores ventajas al redactarse el reglamento por que han de regirse los Cabildos Insulares». Sin embargo, poco a poco, los ánimos y el ambiente se calmó y se miró la situación desde otra perspectiva, quizá aquella que meses después permitiría señalar al periódico grancanario La Defensa como «...nosotros creemos, contra los augurios de otros, que la obra del Cabildo ha de ser beneficiosa a nuestros intereses, porque cada cual, desde el sitio que hoy ocupa, ha de trabajar por la prosperidad y por el engrandecimiento de Gran Canaria»...
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