Fragmentos
Poco tienen de distinto el votante español y el británico. Tampoco están tan lejos del griego o del francés, del egipcio o del americano, así en general. Se vota lo que se siente; los indignados se organizan para combatir los males pero con eso no basta. Los acomodados confían en los suyos, y ni así les vale. El descontento es el discurso central de la política, mientras la gestión se reparte en porciones en función de cuotas que en nada implican a las demás partes. Se puede observar esto en cualquier pacto actual; desde los ayuntamientos tripartitos al Gobierno canario, por mirar a lo cercano, hasta la cohabitación alemana. Se gestiona por pedazos. Sólo un material mantiene unidos los elementos del poder, el interés del capital amigo. Y es pobre ese pegamento; cuando la masa tira de urna todo se destartala.
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El voto como ejercicio físico tiene poco de racional. Más banderas mueve el fútbol. Las identidades colectivas son puro músculo. Stephen Hawking ya avisó de que la especie humana puede desaparecer en los próximos cien años, si mantiene el predominio de las emociones y desdeña el desarrollo de la inteligencia. Esa dinámica destructiva encuentra impulso en la república moderna, templo donde se exalta el fragmento. Los proyectos políticos han perdido de vista el largo recorrido, las misiones históricas sucumben a la conquista del bienestar, con liderazgos escuetos. No es que las ideologías hayan quebrado; es la falta de entrenamiento lo que reduce el cerebro, pura física. Los padres de la patria desconocen que la educación no es mercancía fácil de reparar; no es más eficaz la economía cuando se disfrazan los balances.
Es de pura lógica que nada cambie por muchas elecciones que se celebren, si lo nuevo se limita a imitar a lo viejo. En política, como en la vida, los milagros no existen. No hay catálogo para salir del desierto.
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