Dos congresos, dos decepciones
"Si los partidos no lograron hacer que esas reflexiones traspasaran los límites periodísticos, también tienen un problema grave de comunicación, ámbito en el que -por cierto- se esmeran mucho".
Quizás es tarde para reflexionar sobre los congresos del PP y de Podemos celebrados el pasado fin de semana en Madrid, pero quiero dejar constancia de mi decepción, como periodista y como ciudadano. Ninguno de los dos partidos políticos lograron hacer llegar alguna ilusión, esperanza o reflexión que mereciese la pena. Los dos partidos dedicaron sus congresos a la representación del poder. Mariano Rajoy, y en las antípodas Pablo Iglesias, quedaron entronizados por sus seguidores. Ninguno de los dos partidos hicieron política, ni transmitieron ilusiones, esperanzas, ideas, ideales y valores, que sería su principal labor. La sociedad espera que la política le llegue al alma, pero el PP y Podemos se congregaron para resolver los asuntos pendientes, amarrar posiciones internas y no ir más allá en ninguno de los temas que políticamente escapan a su control. Los que estuvieron allí, en Vistalegre y Caja Mágica, -parecen expresamente elegidos para escenificar el mundo feliz-, aseguran que había mucho contenido en las ponencias y los debates. No lo dudo, pero ninguna de las ideas que se pudieron expresar traspasaron los muros del propio Congreso. Me replican que los periodistas que cubrieron los dos actos fueron incapaces de ver la “sustancia” y se dedicaron a lo que vendía, en el caso del PP la pequeña discrepancia sobre María Dolores de Cospedal, y en el caso de Podemos los rostros de la derrota de Errejón y la alegría contenida de Pablo Iglesias. Además de especular con el futuro de los contrincantes y atrincherarse en los argumentos que refuerzan posiciones y en el calor psicológico de la manada. Si los partidos no lograron hacer que esas reflexiones traspasaran los límites periodísticos, también tienen un problema grave de comunicación, ámbito en el que -por cierto- se esmeran mucho. En el Congreso del PP todo estaba amortizado antes de comenzar. Lo que pasó en la Caja Mágica ya lo sabíamos. Rajoy fue aclamado sin fisuras, todos los que eran, siguen siendo lo mismo y Cospedal se queda en su puesto. El PP es tan previsible en su laguna de tranquilidad que nada perturba su paz. En esta programación cumplieron con sus expectativas, que no eran otras que escenificar que Rajoy tiene, y maneja, todo el poder en el partido y en el Gobierno y que la mayoría rechista muy poco, quizás movidos por la máxima pragmática de que se el que se mueva no sale en la foto, aserto muy al uso en la decepcionante democracia que nos invade. Todo era previsible. Incluso el ambiente. La imagen que trasladó el Congreso del PP en su conjunto tenía algo de retro. No es mi intención ofender a nadie, y menos a la militancia del PP, pero se parece mucho a un partido de jubilados, quizás porque conectan muy bien con este sector de la población, o porque, como les recordó Marhuenda, en los próximos tres años se jubilan tres millones de españoles que, presumiblemente, han pasado de la osadía ideológica de la juventud a la serenidad de la plenitud, a la que también acompaña un pensamiento más conservador. La renovación y la desconexión con la juventud sigue siendo uno de los graves problemas del PP. En el Congreso había jóvenes y, de hecho, hicieron un acto con ellos. Los sentaron en corro y en el suelo, imagen ya mítica que trata a los jóvenes como párvulos, eso sí, sobre moqueta. El líder en medio y con sus arengas habituales sobre el futuro de España. El acto no deja de ser una imagen más del Congreso, porque es el plenario el que da la talla de edad de la militancia y en el mismo se reflejaba una media alta. Conectar con los jóvenes, ilusionar, crear relatos creíbles es una cuestión pendiente, no solo en el PP, sino también en otros partidos en los que sus bases juveniles se han convertido en aprendices de políticos, en algunos casos más envenenados que los propios mayores en sus partidos. No me extraña que en el PSOE y en el PP las nuevas generaciones hayan hecho ya de la política una profesión, la que no tienen por derecho propio, por su dedicación a la universidad y a su trabajo. Y tampoco me extraña la mala leche que se gastan algunos jóvenes en esas organizaciones, amigos interesados y aspirantes a las deseadas listas para dar el salto al sueldo vitalicio. Que conste que creo que las aspiraciones son buenas, pero los bajos fondos de las organizaciones juveniles dejan mucho que desear. Por eso tampoco me extraña, pero me conmociona, que un político cabal, al que conocí hace algún tiempo, abandonara su partido y la política por voluntad propia y que lo hiciera porque entendió, rápidamente, que para ejercer en un partido y llegar a ser alguien hay que ser «mala persona». El mundo de la política es el de los leones, como depredadores ocupan un alto grado en la pirámide biológica, decía otro amigo harto de razón y experiencia. Y hablando de hienas y leones. En Podemos también se las gastan. Tuve la santa paciencia de escuchar las diatribas de muchos de sus militantes en el escenario de Vistalegre. Lo bueno de Podemos es que todos pueden opinar, decir lo que quieran, proponer, acusar, insultar porque lo importante no se decide por lo que expongas o las razones en ese escenario, o en los círculos, sino por votaciones electrónicas de gente que solo tiene que apuntarse y dar sus datos, obtener una clave y estampar su sello en el oscuro mundo de los bits controlados no se sabe muy bien por quién. Y si con eso no basta también están los documentos cerrados que nacen de la inspiración mesiánica de la élite que dirige el sentir de la tropa que, en buena sintonía, se cree más demócrata que nadie. El mundo de los sentidos es el que manda. Mientras las bases se comen el tarro para analizar y decidir qué es lo mejor en engorrosas reflexiones que solo alcanzan la categoría de bellas o repitiendo consignas como quien reza el rosario, la cúpula se despedaza por el poder, ese grial bendito que al que lo tiene lo posee el credo de la inmortalidad. Habrán hablado y hay documentos que lo acreditan, pero ninguna de sus propuestas se difundió ni causó ilusión, salvo a los que ya están convencidos de cuál es el camino, que no es otro que el de Pablo Iglesias, es decir, una ideologización mayor, un credo más afinado y una liturgia más gruesa. Por lo demás nada nos llegó, aunque en este escenario tan libertario, como en el PP, también se echa la culpa a la prensa, la que está en manos de las élites. En la que ellos mismos controlan por afinidad, y supongo que por expectativas de futuro, tampoco encontré que publicaran nada que entusiasmara a la sociedad, que llegara al alma y que creara conciencia o expectativa, más allá de la opción por Iglesias, al que se bendice en todos sus pasos y que, al igual que Rajoy, quedó entronizado.
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