División en Pío XII con Sergio Lobera
Sergio Lobera puede estar viviendo sus últimos días en la UD. Incluso si se atendiera al criterio de varios dirigentes, ni siquiera habría oportunidad de redención en los próximos partidos. El desgaste del entrenador es definitivo para algunos de sus superiores.
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La derrota frente al Real Madrid Castilla, corolario en las penalidades que arrastra la UD, trajo la resaca esperada. Meditaciones en la dirigencia del club y opiniones abiertamente enfrentadas acerca de la idoneidad de prorrogar el crédito del entrenador. Es unánime el pensamiento de que una importante cuota de culpa corresponde a los futbolistas, bajos de forma y, en determinados casos, fuera también de onda en aspectos relacionados con la preparación física y los conceptos concernientes a la concentración. Pero el relevo en el banquillo es el primer giro convencional para solventar situaciones de crisis como la actual y ya se contempla en Pío XII.
«Hay jugadores que no respetan la jerarquía del entrenador y así es difícil luego exigirles. Lobera es joven y tiene buenas ideas, pero no se ha impuesto como debería en el vestuario», reconoce abiertamente una voz con mando en plaza en la entidad y que, con la que está cayendo, implora que se salvaguarde su identidad para respetar el protocolo institucional. «Pero esto que digo ya lo saben quienes lo tienen que saber», añade.
Los malos resultados y algunas decisiones controvertidas, como las suplencias de Momo o, anteriormente Vitolo, así como el ostracismo de Deivid y Juanpe («con lo mal que está la defensa hay que probar con todo lo que se tiene hasta que funcione algo, ya sea Deivid, Juanpe o, incluso, Borja»), han recortado el predicamento de Lobera a ojos de la cúpula, en la que no todos le profesan el mismo respaldo que semanas atrás.
Miguel Ángel Ramírez, reacio a ejecutar ahora medidas drásticas, está al corriente de las opiniones divergentes y asume que no ganar el domingo al Sabadell puede precipitar los acontecimientos. El presidente regresó muy dolido ayer de Madrid. Lo hizo, como acostumbra, al margen de la expedición y durante el día cruzó varias llamadas con sus ejecutivos de confianza. Incrédulo por las prestaciones de una plantilla que sigue viendo entre las más capacitadas del mapa, Ramírez confía en que no se demore más la reacción necesaria para apagar los debates sucesorios. Pero conoce el negocio y sabe que de persistir esta dinámica deberá afrontar el escenario que no desea: finiquitar a Lobera y elegir entre las opciones que ofrece el mercado de entrenadores en paro. Para esa hipotética elección hay candidatos de sobra.
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