Artenara, fiestas y un libro
En la meridiana del tiempo estival isleño, en el día de la Virgen de Agosto, Artenara estrena cada año sus mejores galas para recibir a su patrona que baja desde el umbroso remanso de su santuario pétreo para compartir la alegría de las gentes de la cumbre, pero también de medianías y costas, que el isleño desde hace ya cien años ha hecho muy suya esta devoción a una imagen que, como ha comentado el cronista oficial de aquel municipio, José Antonio Luján, «se ubicó en una pequeña cueva de la parte alta de Artenara que más tarde, en los últimos años siglo XIX, se amplió y tomó forma de la actual ermita». Una Virgen, que venida del área del Caribe, viene a resaltar también el ser tricontinental de Gran Canaria y, ganado el corazón de los artenarenses, con motivo de «unas misiones tuvo lugar la consagración, en el año 1912; en 1939 se consolida la fiesta y en 1962 se convierte en patrona del folclore canario». Comienzan en Artenara unas fiestas ineludibles en el calendario estival grancanario y en el de los sentimientos más íntimos de muchísimos isleños, que no culminan nunca el mes de agosto sin una visita a estos altos parajes para rezar una Salve a su Virgen y degustar un sabroso potaje con queso de la cumbre. Unas fiestas que, pese a tener que sufrir un enorme recorte presupuestario es lo que toca-, como señaló su alcaldesa Eva Díaz, no han sufrido lo más mínimo en su esencia, que se nutre, afortunadamente, de la savia y los propios valores de sus gentes, de la de esta isla, con lo que un año más se disfrutará de ese maravilloso encuentro ya consolidado de una noche en Artenara con amigos de José Antonio Ramos, y su música, la de sus amigos, sonará por las cumbres compitiendo con el suave susurro de la brisa atlántica y el lamento de los pinares. Pero también fiestas tan propias y definidas en el ser y sentir de la Gran Canaria como estas en honor de la Virgen de la Cuevita, y más en momentos como los actuales, son el momento y el lugar oportuno para revalorizar todo lo que nuestra propia capacidad creativa, la cultura que se hace y que crece junto a nosotros tiene una oportunidad de ofrecer una aportación fecunda y señera, a partir de la cual lo propio, lo cercano, se universalizará en el alma de propios y foráneos. Y este es el caso este año en que las Fiestas de La Cuevita vienen también señaladas por la aparición de un atractivo libro de su Cronista Oficial, José Antonio Luján, que bajo el título de El arca de Ismael y otros relatos de Covacanara nos acerca, como resalta su prologuista el escritor Juan Carlos de Sancho, a «un nuevo parámetro estético de la cumbre isleña» donde «Luján es la voz humana de Artenara, y sentado a la sombra del oloroso y vetusto eucalipto, el crono-novelista reinventa su pueblo», a través de relatos, dignos de cualquier «sueño de una noche de verano», como el titulado Pintor de cumbres dedicado al artista y escritor Luis Arencibia Betancort, desde el imperecedero recuerdo de su padre el inolvidable pintor José Arencibia Gil autor de los murales de la Iglesia parroquial de Artenara, que me ha seducido enormemente, pues con él pude contemplar perfecta y plácidamente, como el «sol encendió las brumas y se quedaba con los ojos fijos en el barranco, en la sombra de los roques, esas sombras que poco a poco se alargan y llegan hasta La Cruz» No me extraña nada que el prestigioso crítico literario y profesor universitario Ricardo Senabre tras leerlo exclamara «¡Para mí, que soy un enamorado fervoroso del lenguaje y sus variedades, la lectura de estas páginas ha sido un disfrute impagable, porque, además de estar muy bien escritas, aportan ese plus de precisión y sonoridad que sólo tienen los clásicos.! ¡Menudo regalo!», o que la catedrática de Latín de la Universidad de Valladolid Pilar Pérez Melendro que lo leyó en Nestares, Cantabría, no dude en señalar que «conseguí hacer una traslación, de tu mano, al paisaje de Covacanara», con lo que nos habla de la universalización de una obra que parte del paisaje cumbrero de Artenara y de unos sentimientos y costumbres aparentemente locales, donde además «creo que el mundo que reflejas resulta ser surreal, a pesar de que pareces partir de descripciones de relatos contados verbalmente. Pero claro ¡ahí está la creación, tu creación!» En fin un libro y unas fiestas, o unas fiesta y un libro, sugerente conjunción que nos da la medida de la fuerza creativa que pueden tener las fiestas y sus propios protagonistas, la trascendencia de lo local a lo isleño y a lo universal, de lo que nos dan magnífica cuenta este año Artenara y este nuevo libro de José Antonio Luján, un libro de ineludible lectura sosegada en estas tardes de verano a la sombra de los pinares o en el frescor de la brisa costera, que sea también una de las ofrendas que la Virgen reciba en su ofrenda, entre trajes típicos, bailes y canciones, una de cuyas letras pueda ser la del El molino y el tiempo, «Enséñame molinero/ los secretos del molino,/ yo quiero que tu memoria/ no se pierda en el olvido», como no se perderá jamás la de estas Fiestas de la Cuevita que perenemente cantan en el alma de los grancanarios.
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