Arraigo histórico de La Naval

Lunes, 20 de julio 2020, 08:03

La misma mañana fundacional de la ciudad, el 24 de junio de 1478, ya tuvieron los arenales de Las Isletas su primera ceremonia solemne y festiva. Fasto fundacional en el que el deán Juan Bermúdez pronunció al alba la Santa Misa, de esas que denominan Misas de La Luz, y la devoción mariana prendió en ese instante a los pies de aquel sencillo y hermoso altar levantado premonitoriamente bajo un toldo engalanado con palmas. Los pregones festeros hallaron un precedente en la proclama del capitán Juan Rejón en la que manifestaba la voluntad de establecerse y fundar una ciudad, que tuvo sus primeras iglesias en las ermitas de San Antonio Abad en Vegueta y de Nuestra Señora de La Luz en la Bahía de Las Isletas, verdaderos y sagrados monumentos para la historia fundacional de Las Palmas de Gran Canaria. El Puerto de Las Isletas y la importancia que tuvo desde el mismo día de la fundación de la ciudad estuvo desde muy pronto bien presente en el seno de la sociedad isleña, como resaltan incluso primigenias disposiciones legales, como la Real Cédula dada por el Emperador Carlos dando «licencia para que se pueda poblar el puerto de las Ysletas», al considerar que este puerto era el principal lugar para servicio y aprovisionamiento de toda la Isla, y entender la importancia de contar allí con un bodegón y que se diese permiso para que cualquier persona que lo deseara pudiera vivir en aquel lugar y hacer sus casas, ofreciendo servicio a marineros y pasajeros, mantenimiento y provisiones a los buques. Si Fray José de Sosa en su célebre Topografía «ya habla de aquella antigua ermita en los arenales de la Bahía de Las Isletas , que es de grande devoción y milagros», hoy podemos asegurar que el fervor por Nuestra Señora de La Luz entroncó muy pronto en las costumbres y tradiciones de aquella ciudad aún joven, que crecía y progresaba a lo largo del siglo XVI bajo el patronazgo local de Santa Ana e insular de San Pedro Mártir. Una victoria que el propio Lope de Vega y Carpio ensalzó en su afamada obra La Dragoneta y que cantaron célebres poetas del Siglo de Oro como el sevillano Juan de Castellanos, daría un giro a la historia local y traería la instauración de unas tradiciones y celebraciones que hoy son parte ineludible de la identidad de Las Palmas de Gran Canaria. En las arenas de la bahía isletera, para repeler el ataque de la poderosa escuadra que comandaban los corsarios ingleses Francis Drake y John Hawkins, aquel 6 de octubre de 1595 se congregaron los mejores defensores de los que disponía Gran Canaria; la Artillería, desde el Castillo de La Luz y desde las piezas de campaña que ubicó en distintos puntos de las playas, tuvo entonces un papel fundamental. Drake y sus marineros no pudieron ni poner el pie en tierra, sufrieron numerosísimas bajas y tuvieron una sonada derrota que trascendió por toda Europa y la América entonces conocida. Aquella victoria se conoció en adelante en Gran Canaria como La Naval y se dio gracias a Nuestra Señora de La Luz por la protección ofrecida desde su ermita, ubicada casi en el mismo epicentro del fragor de los combates, decidiéndose que anualmente se conmemoraría esta gesta y se daría gracias por ella a la Virgen de La Luz. Siglos después, cuando la anual romería a Nuestra Señora de La Luz, en los días festeros de La Naval, se había convertido en una costumbre popular y naturalizada entre los grancanarios, un célebre y pionero periódico local de inolvidable memoria, El Ómnibus, en su edición del miércoles 13 de octubre de 1858 al dar cuenta de cómo «se ha celebrado el sábado último la función religiosa de La Naval que tiene lugar todos los años en las playas de nuestro Puerto de la Luz», hacía una reflexión extensa y minuciosa, a través de un largo artículo publicado en las páginas primera y segunda, que daba el pistoletazo de salida para ese esfuerzo y pulso colectivo que, a lo largo de casi dos siglos ya, se ha hecho entre autoridades, vecinos, empresarios, instituciones socio-culturales no sólo para darles a estas celebraciones el lustre que merecen y conllevan, sino para extraer de ellas todas las oportunidades que encierran para la zona portuaria y para la ciudad en su conjunto. Señala textualmente el redactor de El Ómnibus cómo esta festividad «puede algún día convertirse en una feria concurridísima, donde de todos los pueblos de la isla concurriría un numeroso gentío atraído por la devoción a la imagen que allí se venera, por el interés de la ganancia, ó por el afán de divertirse». Comienzan las Fiestas de La Naval 2013 y de nuevo nos encontraremos, como ya recoge Domingo J. Navarro en sus memorias de aquella mitad del siglo XIX, «el resplandor de la ermita profusamente iluminada, las hogueras de la plaza, los faroles de los ventorrillos y de las tiendas, los numerosos hachos encendidos, los cohetes y las ruedas de fuegos artificiales que hoy rememoran las que se prenden por las calles de La Isleta al paso de la Virgen en sus procesiones, los infinitos sonidos de los tiples y guitarras, los bailes improvisados en cada sitio vacío, y las carcajadas e interjecciones de los que pedían comer y beber».

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