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Aranda, el palo y la zanahoria

Lunes, 20 de julio 2020, 08:34

Jeremy Bentham, padre del utilitarismo en el en el siglo XVII, tiene la autoría intelectual de la teoría del palo y la zanahoria; primero dolor y luego placer, para hacer más comprensible un texto en el que conviven Carlos Aranda y la filosofía.

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Aranda, casualmente, es del barrio malagueño de El Palo. Un sector obrero en el este de Málaga, cuentan que con una tradición de izquierda activa acentuada después de que el ejército franquista asesinara a 5.000 refugiados que huían hacia Almería en lo más crudo de la Guerra Civil en 1937. La carrera de Aranda no ha sido asociada nunca al andamio, pero sí a las vísceras. Las que mostró ayer después del gol redentor de Masoud. Aranda se dirigió a una grada que anteriormente le había increpado, se levantó la camiseta y se señaló la barriga, pesada y rotunda, después de que muchos aficionados hayan criticado su perfil tan poco apropiado para un jugador profesional. Luego rechazó el gesto cómplice de Masoud. Estaba enfadado después del palo y todavía no le entraba bien la zanahoria.

Aranda fue el nombre del partido. Lo fue en el campo, donde lo deben ser siempre los futbolistas. Lo fue con la grada, enajenada por el tanto salvador y muy poco comprometida en la lealtad a su crítica. Las Palmas ganaba y cerraba una racha oscura, qué más da que un futbolista al que se ha increpado les falte al respeto. Que corra el champán.

Fue él quien ganó el partido. Los pitos le pusieron como una moto, como si le hubieran inyectado adrenalina. Siempre pidió la pelota. Abandonó el lugar del referente para asociarse entre puertas del sistema defensivo del Girona. Y, además, contravino esa regla para delanteros glotones que se llenan de balón. En un gesto de generosidad absoluta brindó los dos tantos del partido, el primero a Asdrúbal, el segundo a Masoud. A lo grande.

Carlos Aranda no ha estado a la altura desde que llegó a Las Palmas con el mercado de fichajes a horas de cerrarse. O quizá sí. La errática curva de su trayectoria. Técnicos que le conocían de sus años en el Osasuna advirtieron a profesionales del club que era más que posible que pasara más tiempo en talleres que gastando neumáticos. Así y todo el club lo fichó.

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Aranda apareció ayer cuando más se le necesitaba y a pesar de los pitos y las broncas ganó el partido. Las Palmas volvió a ser un equipo romo. En el que hubo más voluntad que fútbol. En el que salvo Momo nadie elevó su nota media.

Gestó los goles y atrajo el peligro. Ahora el deseo debe ser que se asiente definitivamente y gane la regularidad que le falta ligar a su talento. Un hombre al que Vicente del Bosque mimó con indulgencia en el Madrid sabedor de su enorme calidad.

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