"Al menos están juntos"
Miguel F. Ayala
Viernes, 17 de julio 2020, 08:39
Estén donde estén, al menos están juntos; ese es nuestro único consuelo». Las hijas de Ana María Artiles y Antonio Quesada, el matrimonio del barrio capitalino de Guanarteme que lleva más de un mes desaparecido, tratan de agarrarse a cualquier hilo esperanzador para no venirse abajo ante el drama. «Nuestros padres se conocen desde niños y está claro que el destino, haya pasado lo que quiera que les haya pasado, ya había decidido que lo iban a vivir juntos porque así llevan toda la vida», dice la familia mientras repasa la historia de amor y amistad de esta pareja septuagenaria cuya desaparición trae de cabeza a la Policía Nacional y mantiene expectante a la ciudadanía de toda Gran Canaria.
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Aunque se casaron en 1962, Ana María y Sillo, como conocen sus íntimos a Antonio Quesada, se trataban desde niños «pero no empezaron a salir hasta que ella tenía 20 y mi padre 22», explica Miriam Quesada, la hija menor de la pareja. «Se estuvieron hablando cinco años», recuerda con una sonrisa por lo curioso de usar el término ‘hablando’ para definir un noviazgo de los de antes. «Se ‘hablaban’ los jueves y los domingos», añade María del Carmen Quesada, otra de las hijas del matrimonio, «pero siempre vigilados por mi abuela».
Ana María Artiles nace el 16 de mayo de 1937 en una humildísima familia de Farailaga, en Guía, una zona de fincas frutales con complicado acceso en la época donde ella pasó su infancia «deslomada trabajando. Tuvo una infancia dura porque mi abuelo la maltrataba a ella y a mi abuela. Vivió de niña la muerte de tres de sus hermanos y se quedó como hija única, aguantando barbaridades junto a su madre. Las palizas eran tan graves que en 1950, gracias a la ayuda de los vecinos, testigos de todos los abusos, mi abuela logró la nulidad eclesiástica del matrimonio», cuentan orgullosas.
Por su parte, Antonio Quesada, natural Moya aunque criado en el barranco de Mondragones, en Guía, vivió una infancia mucho más afortunada. Llegó al mundo el 28 de junio de 1935 y «su padre tenía tierras y ganado», dicen los Quesada. «Era una familia con buena situación económica. Él, un señorito que nos contaba siempre como se escapaba con su hermana de chico con los caballos de mi abuelo, a esconderse en un molino. Por eso apenas estudió. Fíjese que conoció a mi madre porque ella vivía en una casa próxima a una de las fincas de mis abuelos».
Lo de Ana María y Sillo fue un flechazo. «Él siempre estuvo detrás de mi madre y ya se trataban. Contaba entre bromas que cuando se fue a Fuerteventura a hacer la mili, allá por los años cincuenta, le pidió en compromiso pero ella, que era tremenda y muy lista, respondió que mejor esperaban a que volviera, no fueran a matarlo. Siempre han tenido esa química y todavía hoy se quieren con locura y se entienden como nadie», aseguran.
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Al poco de casarse la pareja, un 25 de noviembre de hace casi 60 años, nace la hija mayor del matrimonio, Loly, a la que seguirán María del Carmen, Antonio, Mercedes y Miriam. «Después de nacer la primera de nosotras», explica Miriam, «se van de la casa de Farailaga a un pisito de Schamann. Nuestro abuelo, que se dedicaba al cultivo y la exportación de plátano, estaba construyendo un edificio en Guanarteme para sus hijos y cuando lo acabó ya nos mudamos al barrio, donde han seguido ellos estos últimos 40 años con mi hermano Antonio».
El nacimiento de Antonio, el tercero de sus hijos, en 1970, supone un gran golpe para el matrimonio. «Mi madre parió en su propia casa, como se hacía antes, y hubo problemas con el bebé, que se enredó por el cuello con el cordón umbilical» provocando problemas severos e irreversibles en la criatura por la falta de oxígeno. Hoy ese niño tiene 41 años «y sufre una discapacidad psíquica que le incapacita. Actualmente es la mayor preocupación de mis padres», asegura María del Carmen mientras ojea fotos de Antonio cuando era pequeño jugando en el colegio. «Está destrozado con la desaparición Imagínese», confiesan. Ese factor y el hecho, por ejemplo, de tener planes de futuro a corto plazo o que el matrimonio acabase de reformar toda su vivienda son razones de peso, al menos para la familia, para descartar el suicidio. «A ellos se los llevaron a la fuerza y están vivos y aquí, en Guanarteme. Alguien los tiene», asegura tajante Miriam Quesada.
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Nada más llegar al barrio, Antonio Quesada monta su negocio de venta de electrodomésticos. «Fue como en 1970 o así», explican. «Compraba él lavadoras y neveras y los vendía luego a plazos entre los vecinos, sacando poco beneficio pero haciéndose más y más clientes. Por eso lo conoce tanta gente en Guanarteme; estaba siempre en la calle. Mi madre se quedó en casa para dedicarse a criarnos a todos sus hijos, y más tarde a los nietos», dice Miriam sobre unas niñas que sienten auténtica devoción por sus abuelos.
En 2001 fallece la madre de Ana María Artiles, Carmen García, con la que tantos sufrimientos compartió y que vivió junto al matrimonio hasta el final de sus días. Sin embargo, otro duro palo los sacude en noviembre de 2009: Sillo Quesada es trasplantado de riñón y la operación es un absoluto desastre. «Siempre lo han pasado todo juntos y cuando en mayo de 2010 tiene que reimplantar un segundo riñón a mi padre ella lo pasó fatal porque con el primero mi padre casi se muere. Fue durísimo verla así Las casualidades de la vida que, el domingo antes de desaparecer, fuimos a comer toda la familia junta y él presumía de estar pasando un momento tan bueno en su vida que ojalá el riñón nuevo le diera 10 añitos más», recuerda María del Carmen con la esperanza de que nadie le arrebate formar parte de ese deseo de su padre.
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