Noche de consagraciones
El punto logrado ante el líder multiplica la moral de los de Paco Jémez. Las actuaciones de varios futbolistas, que siguen creciendo con el paso de los partidos, invita al optimismo y merece un reconocimiento mayúsculo.
El heroico empate ante el Barça de Messi dejó nombres propios. El trabajo coral, ofreciendo una oda de sacrificio a ojos de la parroquia local, fue más propio del antiguo ejército espartano que de la UD. El fútbol isleño, caracterizado por el mimo a la pelota, poco tuvo que ver con la brega ofrecida el jueves ante el líder de la Liga. Y mucho tuvo que ver Paco Jémez en esto. Lejos de sus planteamientos suicidas, que tanto gustan a los más románticos del fútbol, el técnico instó a los suyos a morir por el escudo. Era la única opción de rebatir la supremacía culé. Y el resultado fue caviar para la moral amarilla.
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La hinchada acabó gritando de alegría. Brazos al cielo, éxtasis y ovación. Volvió a entonar el «sí se puede» y toda una isla latió de nuevo con la UD, creyendo, una vez más, en mantenerse en Primera División. Pero nada de esto hubiera sido posible sin las llegadas en invierno de jugadores como Gálvez y Aguirregaray. Dos fichajes a dedo de Jémez. Los señaló, se los trajeron y son la gran culpa de este cambio de imagen de Las Palmas. Al igual que Etebo, incombustible encuentro tras encuentro. Si le hubiesen dicho al nigeriano que tras el pitido final de Mateu Lahoz había que jugar ante el Real Madrid, habría estado otros noventa minutos percutiendo en el centro del campo.
El choque iba a estar marcado por el ataque de los de Valverde, que no reservaba a Luis Suárez. Leo Messi tendría a su mejor socio, pero lo que no sabía el argentino es que enfrente iba a encontrarse con un muro infranqueable. Un auténtico fortín comandado por Alejandro Gálvez, con madera de capitán, y escoltado por Ximo Navarro, un futbolista que, a veces, le da por demostrar que bien podría participar como atleta en algunos Juegos Olímpicos. La pareja de centrales, tras la marcha de Lemos a Italia y la mala fortuna de Bigas en forma de lesiones, ha dado un paso al frente. Cada vez se entienden mejor y eso se nota en el bagaje defensivo de la escuadra isleña. Dejar al Barcelona, que llevaba 68 goles a favor, con un solo tanto en su haber dice mucho de la mejoría grancanaria. Y eso que Las Palmas tenía una sangría defensiva.
Pero con Jémez llegó la revolución. Gálvez, inamovible del once desde que arribó en la isla, ha dotado a la zaga de veteranía, tranquilidad y ambición. Su posicionamiento, siempre concentrado y en el lugar donde debe estar, solventa cualquier error del equipo por mayúsculo que sea. Y si a eso se le suma la velocidad de Ximo y la garra de Aguirregaray, las opciones de salvar la categoría se acrecientan. El uruguayo, polivalente y anárquico, ha sorprendido a todos. Nadie, por optimista que fuera, esperaba semejante rendimiento. Ha jugado en ambas bandas y a saber en cuál lo ha hecho mejor. Pilar básico del equipo, contagia espíritu y confianza. Ante el Barça evitó un gol cantado de Messi, que encaraba a Chichizola, y se atrevió a tirarle un caño a Paulinho en su propia área. No salió, pero tampoco perdió el balón. Lo mismo con una chilena ante la presencia de Ter Stegen. El charrúa va sobrado en amor propio y eso, exactamente, es lo que le faltaba a este equipo antes de su fichaje.
Al igual que Etebo en la medular. Las galopadas, kilómetros y exhibiciones físicas del nigeriano recuerdan al mejor Kanté del Chelsea. Chichizola, por otra parte, ha crecido con el paso de los partidos y está teniendo intervenciones de mérito. Hay arquero para rato. El argentino, con paradas antológicas, se ha ganado el respeto de la hinchada. Transmite una seguridad que ya se sentía perdida en la portería isleña. Y de Calleri no hace falta hablar. Lo suyo no necesita carta de presentación. Su derroche, en cada choque, en cada golpe, merece una estatua.
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