Paco Sánchez, un modo de estar en el mundo
Este domingo se clausuró la exposición del grancanario Paco Sánchez en el Centro Atlántico de Arte Moderno.
Franck González / Las Palmas de Gran Canaria
Viernes, 17 de julio 2020, 03:01
Premio Canarias 2017 de Bellas Artes e Interpretación, Sánchez ha recorrido un largo camino desde su primera exposición en la Sala Cairasco en 1975 hasta su llegada al CAAM, cumplidos ya los 70 años.
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Paco nace en 1947 al lado de la iglesia de San Nicolás, en una casa entre las plataneras que por entonces ocupaban las orillas del Guiniguada. A los once años comienza a acudir a la Escuela Luján Pérez, entonces el centro de enseñanza artística de referencia en las islas. Su director, Felo Monzón, pronto se convertirá en una referencia ética y estética para aquel chiquillo desinquieto al que le gustaba corretear por las fincas del Pambaso, siguiendo con sus ojos chinijos el vuelo multicolor de las abubillas y el trasiego de los lagartos entre las piedras. En la Escuela también conocerá a Juan Ismael, que acudía, de tanto en tanto, a echar una mano a Felo en las clases. También recalaba por allí Antonio Padrón, y Miró Mainou, quien se llevaba de excursión al sur a los alumnos para pintar en los barrancos. Se forjarán entonces algunas de las constantes en su obra. De Felo, su arraigado compromiso social. De Juan Ismael, la necesidad de plasmar un modo de estar en el mundo. Y la importancia de los estados alterados de la mente en la construcción del imaginario. De Padrón, la reflexión sobre la narrativa insular. De Miró Mainou, la importancia del color.
En la Escuela Paco Sánchez compartirá inquietudes con compañeros de quinta como Joaquín y Agustín Alvarado Janina, Juan Betancor, Manolo Ruiz y Valme García, entre otros. Miembros de una generación –la de los Sesenta– que espera aún una revisión global más allá de los tópicos sobre los que se ha construido gran parte de la historia del arte reciente. Y precisamente de estos años parte la muestra abierta en el CAAM, a la que le invitamos a recorrer nuevamente.
Una exposición que los comisarios –Antonio P. Martín y yo– hemos estructurado en torno a unos ciclos de trabajo al objeto de situar al espectador ante algunos de los ejes de la vasta y compleja producción del artista.
El punto de partida
En la planta -1 del CAAM encontrará el visitante los dos primeros ciclos. El primero de ellos –La luz de tu mirada– aborda la construcción de la imagen de la mujer entre 1969 y 2008. Pueden verse aquí piezas de finales de los sesenta y principios de los setenta, marcadas por la huella del realismo mágico de Felo y del expresionismo agrario de Padrón. Presencia que se extiende en el segundo ciclo –Las raíces del goro (1974-2011)– en los que Sánchez fija los cimientos del territorio en el que la mujer se asienta. En estas series aparecen pintaderas y petroglifos, huellas del legado de la Escuela y de las visitas a Balos, así como de las pictografías de Manolo Millares, animal totémico para todos los miembros de la generación de Sánchez.
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El gran salto al vacío de Paco se produce con la irrupción de sus pinturas en blanco y negro. Este gran ciclo –Sueños africanos (1977-2016)– ocupa la sala dispuesta junto a la escalera principal del CAAM, en la planta 0. Y si en los dos primeros ciclos del sótano se partía de colores tierra, Sueños africanos surge como una revelación en blanco. La pintura se define, en un momento marcado por la Transición política, sólo en dos variables. Una pintura de figuras negras, que recupera el pasado heroico de los dioses y mitos griegos en la cerámica pintada clásica. Sólo que ahora son otros los que ocupan la escena. Los nuevos héroes de Sánchez son las aparceras. En pie. En lucha. Las nuevas Montserrat de Julio González. Pañoletas al viento. Pañoletas rojas de libertad. Detrás, las cuarterías. Detrás el árbol seco que marca la linde de la finca. Detrás un lagarto negro. Cercados calcinados de luz.
Es en estos años, entre finales de los setenta y comienzos de los ochenta cuando Sánchez rompe con los modelos –Felo Monzón, Baudilio Miró Mainou, Antonio Padrón, Juan Ismael, Manolo Millares– para armar su propio y único molde. Abandona una Escuela que, a comienzos de los ochenta, pierde el rumbo ante los cambios en la escena cultural: los talleres de arte actual, Hartissimo, la facultad de Bellas Artes de Tenerife, las exposiciones de miembros de la Mülheimer Freiheit y de la Transvanguardia en la galería Leyendecker, las articulación de la vanguardia insular de la mano de Nano Doreste, la apertura del Centro Insular de Cultura, de La Regenta, del Centro Atlántico de Arte Moderno...
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Paco se reinventa. Y su exposición de pinturas en Blanco y Negro coloca a nuestro artista en la escena insular. A mediados de los ochenta la poética de Paco Sánchez –tal y como hoy la reconocemos– ya estaba plenamente decantada. Este singular proceso de articulación se muestra en la sala principal de la planta 0 del CAAM a través del ciclo Danza de la alegría. Este ciclo es un viaje a través del color en la obra de Sánchez. Pasado el primer impacto de los lienzos quemados por la luz del sur, de sus paisajes calcinados, su pintura comienza a abandonar el blanco, para adentrase en una gama de colores blandos. Colores pasteles que trazan escenarios casi planos, sin fondo. Lienzos de colores lavados que, a medida que se acercan al presente, adquieren una mayor complejidad, un mayor volumen, como puede verse en el ciclo siguiente en la misma sala, Figura y paisaje (1997- 2017). Cuenta Paco que el color entró dentro en él un día que fue a bañarse a Las Canteras. Vio que del cielo se abría un arco iris que llegaba al mar. Y corrió a bañarse en él.
Estar en el mundo
El proceso de reflexión sobre la luz corre parejo con el proceso de construcción de su estar en el mundo. Sánchez deconstruye el paisaje insular para condensarlo en un alfabeto visual, cuyas primeras concreciones, la rama del árbol seco y la palmera del Pambaso, pueden contemplarse en el sótano del cubo en el ciclo Bosque con figuras (1993-2006). Arrancan con éstas las imágenes que, andando el tiempo, poblarán su pintura: el volcán/la isla; el goro/la cuartería; la rama del árbol seco/ el drago; las aparceras con pañuelos atados al quejo; el lagarto; los seres alados/el chamán.
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En los espacios aledaños al cubo central se presenta unos ciclos de obra inédita que muestran la madurez que su pintura experimenta en los últimos años del siglo XX. Otorga Sánchez una importancia cada vez mayor al valor expresivo del color al tiempo que las referencias procedentes de la historia de la pintura se hacen cada vez más habituales. Hablamos de sus pinturas sobre fondo rojo –Mi canto es color atlántico (1998-2015)– y, especialmente, de su ciclo Ancestros (1998-2017), en el que mujeres, seres alados y bestias terrestres comienzan a transmutarse en momias, ídolos, chamanes y tótems.
Con Ancestros Sánchez traslada su imaginario al otro lado del espejo del tiempo. Allí está Thánatos e Hipnos, la muerte y su hermano gemelo el sueño de la mitología griega. Una muerte sosegada, casi mineral. Que contrasta con el sueño alterado, de colores fosforescentes, de fogonazos en el mar abisal presente en la nocturna y extraordinaria La estrella que miro todas las noches (2008-20017).
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Regresamos al cubo a través de una de las series más intimistas de su producción: Lloré un río (2004-2016). Se cierra así el recorrido de la visita con cuatro dípticos producidos expresamente para esta antológica.
Obras en las que Sánchez se desnuda de sí mismo para trazar un canto a la alegría de la pintura. Una pintura con un discurso único sobre el que sigue trabajando hoy. Pensando en su nueva exposición, mientras los lagartos negros siguen acudiendo, cada mañana, a la ventana de su estudio, para ver de cerca los colores del mundo.
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