El artesano de la escultura

El escultor Manuel Bethencourt no pisaba despachos ni reivindicaba nada para sí mismo. Quizás por eso su genialidad, por la que recibió todos los premios posibles, es poco conocida. La Fundación CajaCanarias expone ahora más de 50 años de su producción artística.

Rosa Rodríguez y Santa Cruz de Tenerife

Jueves, 16 de julio 2020, 19:27

Que la exposición retrospectiva que la Fundación CajaCanarias dedica al escultor Manuel Bethencourt (La Habana, 1931-Santa Cruz de Tenerife, 2012) lleve por subtítulo El lenguaje de la vida no es una casualidad. Su producción artística es en si misma una reflexión constante sobre la vida. En su obra están siempre presentes la familia, el juego, la maternidad, el deseo, la muerte y la rebeldía frente a ella; y conceptos como el amor, la soledad, los sentimientos o el paso del tiempo.

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Manuel Bethencourt se refleja en esta muestra como el gran escultor que fue, una genialidad que su propia humildad y discreción hicieron muy probablemente que su obra no tuviera una mayor proyección internacional. El mismo se definía como un artesano de la escultura. Algo que el martes recordó Alfredo Luaces, director general de la Fundación CajaCanarias, durante la inauguración de la muestra Manuel Bethencourt. El lenguaje de la vida. También recordaba Luaces que «no acudía a despachos ni reivindicaba nada para sí».

La retrospectiva que se exhibe en el Espacio Cultural de la capital tinerfeña hasta el 5 de enero hace un perfecto recorrido por la obra del escultor a lo largo de más de 50 años de creación escultórica. Sesenta esculturas, 24 grabados y seis dibujos realizados en distintas etapas de su vida y en materiales tan diversos como el mármol, la madera, el bronce o la piedra volcánica.

Unos materiales a los que Bethencourt acude en función de sus propias experiencias vitales. Un universo vivencial y simbólico que giran en torno a tres conceptos: amor, separación y dolor, sobre el que reflexiona y al que regresa permanentemente con un lenguaje figurativo que está presente en lo más esencial de su obra.

El recorrido por las extraordinarias piezas seleccionadas se hace de manera casi cronológica, adentrándose en las distintas etapas creativas del artista.

Sus inicios en Las Palmas de Gran Canaria y en Madrid marcan ya lo que será un elemento fijo en toda su obra: el retrato y el rostro (Javier, 1949) y también del dominio de los materiales (Virgencita canaria, 1950; Ansias de Maternidad, 1956) . Encadenando lugares, materiales y nuevas expresiones, la muestra avanza por sus obras africanas, fruto de su estancia en Guinea Ecuatorial (Tam-Tam, 1958; Nigeriana, 1963-1964; África, 1964), y por el encuentro con los movimientos europeos durante sus años vividos en Roma.

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En la Ciudad Eterna, Manuel Bethencourt se encuentra con los movimientos artísticos europeos gracias al acercamiento artístico y personal a Giacomo Manzú, Marino Marini, Emilio Greco o Fazzini, su maestro. El escultor canario rompe con todo lo conocido para comenzar a crear una obra más expresionista . De esta etapa (1965-1968) son obras como Desperezo, Cariátide o Minifalda y cabezas como Teresa (1967) o Galdós (1968).

La llegada del hombre a la Luna y los cambios tecnológicos y científicos del momento no son ajenos a Manuel Bethencourt, que introduce el cosmos en su imaginario artístico con obras como Milagro (1968), que fue Premio Nacional de escultura en 1970, Enseñando a navegar al niño (1967), inspirado en los vuelos espaciales.

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De vuelta a Madrid es también su etapa más placentera, dice la que fuera su compañera Marisa Bajo Segura en el catálogo de la exposición. De esa época son obras tan sutiles como Parto (1976), Triunfo (1977) o Mujer sentada en Taburete (1979). Con Adán y Eva (1980), dice Bajo Segura, «la inquietud entrará a formar parte de su obra». Tras esa pieza cincelada que representa a dos cuerpos fusionados, vendrán Otredad y Completud y más tarde Embarazo y Su mejor momento (1983), La semilla (1985) o Hippy (1986).

En su madurez, el escultor, que regresa a Canarias para iniciar su carrera como docente en Tenerife, abordará la idea del hombre expulsado. La Protesta (1984-1986) es su serie más social y reivindicativa, un grito frente al vacío.

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A mediados de esa época y tras superar una grave enfermedad, Bethencourt se adentra libre de ataduras en la materia volcánica (rocas basálticas de Anaga primero y bombas de lava de Las Cañadas, despues) para reiniciar su andadura artística partiendo de su dolor. La inquietante serie Bombas volcánicas (1987-2000) unen origen e identidad a través de rostros que emergen desde le magma.

En paralelo a su obra escultórica, Manuel Bethencourt nunca dejó de dibujar ni de agarrar de el buril para grabar como una extensión más de su agitado pensamiento.

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