Juego de espejos
Del entusiasmo al llanto, de la introspección a la verborrea imparable, de la gracia a los ataques de carácter, desde Agaete y la Rama hasta su casa en La Isleta, previo paso por Lanzarote y la añoranza al mítico César Manrique. Realidad y juego, juego y realidad que se reflejan en un espejo en el que se mira Pepe Dámaso y toda una generación, porque El pintor de calaveras va mucho más allá del puro retrato de su protagonista.
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Dámaso, en manos de Sigfrid Monleón, se transforma en un vehículo para entender una forma de vida. La suya y la de muchos, en las islas y fuera de las mismas. Se trata de una existencia marcada por el apego a la tierra, canaria en este caso, y a la creatividad, en el más amplio sentido del término. El universo damasiano no es más que una excusa, muy válida, para intentar alcanzar la esencia del genio creador que vive, siente, padece y exalta sus orígenes y todas y cada una de las oportunidades y descubrimientos que la vida le ha puesto delante de la mesa.
Así, El pintor de calaveras, que el viernes se estrena en el Pérez Galdós y que se repite el domingo -12.00 horas, sala 4 de los Multicines Monopol-, invita al espectador a que se convierta en un explorador de sentimientos y sensaciones de la mano de un cicerone que le hará reír, llorar y puede que hasta le irrite en algunos momentos. En esta ocasión lo hace ante la cámara, siempre lo ha hecho a través de su abundante creación artística.
En este juego de espejos también se rinde tributo al propio medio, al cine. Dámaso rueda, se rueda y filma a los que a su vez le retratan. Lo hace en el hospital en el que, como suele repetir no vio la luz al final del túnel pero sí que se reencontró con su propia espiritualidad. También aparecen por la pantalla, a modo de transiciones, pasajes de sus películas y unas grabaciones caseras de cuando no peinaba canas. Todo un descubrimiento para los que no conocían esta vertiente de este poliédrico y popular artista isleño.
Estas ideas, que subyacen bajo sus imágenes, predisponen a contemplar una película -no es un documental- de tesis, sesuda y densa. Es una falsa apariencia. Parte del juego. El pintor de calaveras es cercana, divertida y por momentos emocionante.
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