Las últimas cabras aborígenes
Las últimas cabras que se cree que eran descendientes directas de las que llegaron a Canarias junto con los indígenas habitaron en la Caldera de Taburiente, en La Palma, hasta los años 60. Ahora, Javier González y Daniel Martín las recuperan en un libro en el que recogen cómo eran y en que zonas vivían gracias al testimonio de 40 cabreros de la isla, alguno con más de 100 años.
Rosa Rodríguez y Santa Cruz de Tenerife
Jueves, 16 de julio 2020, 14:17
Gracias a los dos ejemplares de cabra salvaje palmera que se conservan disecados en El Museo Canario de la capital grancanaria hoy se sabe que genéticamente están muy próximos a la cabra aborigen canaria y también a la cabra palmera actual. Esa pareja vivió, desde que ambos eran baifitos, en la finca El Madroñal, en Santa Brígida (Gran Canaria), hasta que en 1935 se disecó. La finca pertenecía a Tomás de Sotomayor y Pinto y fue él quien llevó aquellas cabras de La Palma, de cuyo Cabildo fue presidente.
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Pero después de que las cabras de El Madroñal murieran y se disecaran aún corrían otras como ellas por los riscos de La Caldera de Taburiente. Desaparecieron tres décadas más tarde. Los cazadores las habían abatido una tras otra hasta exterminarlas.
Todavía hoy, sin embargo, hay quien las recuerda. Son los cabreros que aún viven y a los que Javier González y Daniel Martín han entrevistado hasta lograr que les contaran todo sobre estos vestigios prehispánicos. «Nuestro objetivo era que no se perdiera el conocimiento oral que aún había en la isla sobre estos rebaños», aseguraba ayer González, que reconoce que no esperaba que tanta gente se acordara de aquellas cabras de las que oyó hablar mientras hacía otro trabajo sobre la quesería tradicional en La Palma y de las que decían que estaban en la Caldera desde época de los benahoritas. Esos comentarios los compartió luego con Daniel Martín, «que también había oído hablar de ellas mientras elaboraba una toponimia de la isla».
De esa conversación surgió la idea de hacer un libro, que hoy presentan, sobre esas cabras salvajes, centrándose «en la memoria de la gente que las vio antes de que desaparecieran». Y todos informantes a los que entrevistaron, un total de 40, alguno de más de 100 años, cuando les preguntaban por las cabras salvajes y en concreto de qué color eran, respondían: «Del color de los riscos». Ese es el título que han escogido para su libro, un volumen que el biólogo experto en ganado caprino y hasta el año pasado presidente de Asociación Internacional de la Cabra (IGA, por sus siglas en inglés), Juan Capote, considera «imprescindible» para el que le guste la cabra.
La cultura de la caza en La Palma acabó por exterminar la cabra salvaje de La Caldera y esa misma cultura, cree González, fue la que llevó a la introducción en 1972 del arruí, al que se está ahora intentando erradicar.
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Se desconoce cuántas cabras salvajes hubo en la Caldera, pero González y Martín, sumando las que los cabreros dijeron «haber visto» durante muchos años, llegan a contabilizar 250 ejemplares.
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