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Hubo un tiempo en el que los patios de recreo eran el epicentro del mercadeo de coleccionables. La ilusión por que sonara el timbre residía en compartir con el resto de compañeros el último tazo, cromo o figurita que se había adquirido el día anterior e intercambiar los repetidos para ampliar lo máximo posible el patrimonio.
Hoy son los Sonny Angels o los Funko Pops, pero en los años noventa fueron los tazos o los perros cabezones los que marcaron generaciones enteras. Muchos estaban asociados a promociones especiales o los premios de paquetes de golosinas, aunque fueron mermando en pro de una alimentación más saludable para el público infantil. Repasamos algunos de los coleccionables más populares de la época.
Llegaron a ser un símbolo de la cultura de los años noventa. Se trataba de pequeños discos de plástico que aparecían en los paquetes de papas fritas y se convirtieron en la obsesión de miles de niños y niñas de toda España. Con personajes de Pokémon, Dragon Ball Z o Looney Tunes, lo interesante es que no solo se trataba de un objeto de colección, sino también de un juego, ya que se organizaban auténticas batallas con las que se intentaba dar la vuelta al del contrincante. El objetivo era acumular pero también ganar y, en muchos sentidos, era una forma de socializar y de pertenecer.
Los álbumes de calcomanías con personajes populares y otros dibujos causaron furor en la época, si bien aún hoy siguen siendo populares. Aunque su formato era simple, el proceso de intercambiar, completar las colecciones y conseguir la pegatina «rara» generaba una emoción incomparable.
Entre los más icónicos estaba el de las Winx Club, una serie de dibujos animados que conquistó a niñas de todo el mundo, o el de los principales equipos de fútbol, que incluían imágenes de los jugadores más destacados de cada temporada. Los niños (y muchos adultos) se embarcaban en una especie de «caza del tesoro» en busca de las pegatinas más difíciles de conseguir, lo que añadía una capa extra de emoción al proceso de completar el álbum.
De una forma similar se popularizaron las cartas de estos mismos personajes y otros como la serie japonesa Yu-Gi-Oh!, que se intercambiaban con los amigos y amigas para formar sus mazos.
No menos importante, el fenómeno de los perros cabezones invadió los paquetes de papas fritas. En concreto, se encontraban en las Lay's, y su popularidad llevó a incluirlos como cartas, figuras y accesorios que se colgaban en las llaves o mochilas. En todas sus formas, las distintas razas caninas se convirtieron en el objeto de deseo de jóvenes y adolescentes con la emoción de descubrir cuál de ellas estaría dentro de la próxima bolsa.
Esa emoción se extendía también a otras golosinas: las sorpresas de los huevos Kinder siguen siendo populares incluso hoy, pero en la época también lo fueron los premios de las cajas de Cola Cao (como la taza batidora) o los que incluían los denominados Two-to-One, un caramelo similar a una piruleta que combinaba dos sabores.
La serie Power Rangers no solo conquistó la televisión, sino que también dejó una huella profunda en el mundo de los juguetes. Las figuras de acción fueron, sin duda, uno de los productos más codiciados y permitían a los niños recrear las batallas épicas contra los villanos del programa. Cada figura tenía detalles específicos de los trajes, armas y otros accesorios de los Rangers, lo que las hacía no solo perfectas para jugar, sino también para coleccionar. En la actualidad, además, siguen siendo objetos de culto para los fanáticos de la serie.
Hoy, los coleccionables siguen vigentes, pero de una forma diferente. La moda asociada al juego y a los paquetes de alimentos ha ido mutando hacia algo más ornamental, pese a que en los noventa también podemos encontrar ejemplos.
La última moda apunta a los Sonny Angels, esas pequeñas figuras de plástico que representan a diferentes personajes, desde animales hasta frutas, en versiones súper adorables y estilizadas. El boom mantiene viva la esencia del misterio de las cajas sorpresa y el intercambio aunque alejado de las batallas de recreo.
El hecho de que estos objetos sigan siendo populares demuestra que el coleccionismo sigue siendo una parte fundamental del desarrollo, una forma de expresar nuestra personalidad y una forma de vincularnos con otros, incluso en la edad adulta.
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Gaumet Florido | Teror
Sara I. Belled y Clara Alba
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