Los niños robados aún duelen en Canarias: «Saber la verdad mantiene viva a mi madre»
El colectivo Sin Identidad ha probado 15 casos de sustracción de menores en las islas. Quedan muchos por resolver
Este sábado, 30 de agosto, el Gobierno de Canarias conmemorará en Santa Cruz de Tenerife el Día en Memoria de los Menores Robados. Se trata de un oscuro episodio de la historia reciente de España y del archipiélago que dejó profundas heridas en cientos de madres a quienes, tras dar a luz, les arrebataron a sus hijos diciéndoles que habían fallecido para venderlos después por un puñado de pesetas a familias pudientes.
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Esta práctica comenzó en los años de la posguerra y la dictadura franquista, pero continuó en Canarias durante la transición y hasta los primeros años de la década de 1990, según explica Jorge Rodríguez, presidente del colectivo Sin Identidad, que investiga casos de menores sustraídos en Tenerife. Una tarea muy difícil, pues gran parte de la documentación fue destruida por los propios responsables: personal sanitario y asistentes religiosos de maternidades y orfanatos donde los bebés permanecían antes de ser entregados a quienes los adquirían por precios que oscilaban entre 30.000 y 200.000 pesetas (180 y 1.200 euros).
Ahora, el colectivo pide al Gobierno de Canarias que reconozca como víctimas a las familias y a los menores afectados, incluyéndolos en la Ley de Memoria Democrática. «Las cunas y las cunetas van de la mano», comenta Rodríguez, en referencia a los crímenes del franquismo.
El objetivo es que los niños robados sean considerados como víctimas del régimen y que se les otorgue el derecho a conocer su verdadera identidad. «No queremos abrir heridas; queremos curar el dolor permanente de las víctimas», afirma el presidente de un colectivo que llegó a reunir a unas 240 personas afectadas por la sustracción de un hijo: 160 en la provincia de Santa Cruz de Tenerife y 80 en la de Las Palmas. «La mayoría de ellas ha fallecido; tres cuartas partes de la asociación», añade Rodríguez.
Exportación de bebés a la península y al extranjero
En los últimos años, la asociación ha confirmado 15 casos de niños robados en Tenerife. El colectivo ha identificado una trama que se extendía a otras ciudades españolas y a países como Francia, México o Venezuela. «Canarias quizá era una nave nodriza en el trasiego de niños robados», apunta.
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En Gran Canaria, la investigación resulta aún más complicada. Los documentos de la Casa del Niño fueron quemados, como relata Francisco González de Tena en su libro 'Nos encargamos de todo', sobre el robo y tráfico de bebés en España.
A ese vacío se enfrenta Karina Marrero. Por ello, esta mujer grancanaria ha lanzado un mensaje de auxilio para cumplir el deseo de su madre: saber qué ocurrió realmente con su hermano, supuestamente fallecido poco después de nacer.
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«Mi madre tiene 90 años y, antes de partir de este mundo, quiere estar con él, conocerlo, saber de su paradero y darle una explicación; porque no lo abandonó, se lo robaron. Saber la verdad es lo que la mantiene viva», dice con voz quebrada.
Su madre dio a luz en una clínica privada de la capital grancanaria entre marzo y julio de 1962. El parto fue bien. El bebé, con cabello y ojos claros, pesó 4 kilos. «Dice mi madre que era rubito, muy hermoso», relata Marrero. «Ella bajaba a darle de comer donde estaban los recién nacidos. Lo veía junto a otros bebés. Le dijeron: 'Después se lo subimos'. Y, en cambio, le entregaron una caja de zapatos que supuestamente contenía el cuerpo, pidiendo a mi padre que lo llevara al cementerio. Un niño de cuatro kilos no cabe en una caja de zapatos. No tuvieron la malicia ni la picardía de abrirla», lamenta Marrero, quien ha hablado con sepultureros que le confirmaron que era habitual en la época trasladar bebés fallecidos en cajas sin documentación alguna.
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Misión complicada
Marrero lleva apenas un año investigando y admite que no sabe por dónde empezar. Su madre dedicó la vida al cuidado de su marido y de sus tres hijos, tragándose el dolor de aquella pérdida sospechosa. Ahora, gravemente enferma, la angustia se ha agudizado. «Me tiene mareada. Siempre se ha acordado mucho de él; soñaba que lo veía y está convencida de que lo encontrará antes de morir. Me dice que podrá marcharse en paz cuando sepa de su paradero», relata su hija mayor.
La madre está convencida de que le robaron a aquel bebé, porque pocos años antes había perdido a una niña de cinco días y la experiencia fue muy distinta. En ese caso, el nacimiento quedó registrado y se emitió la partida de defunción. «Del niño no le dieron ningún papel. Nada», comenta Marrero, angustiada por la difícil misión de darle paz a su madre.
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