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Badr Zoubir posa frente al mar que un día cruzó, ahora a pocos metros del centro donde trabaja como traductor. Arcadio Suárez
Cinco años del campamento de Arguineguín

El cambio de vida de Zoubir: «No arriesgué la vida para nada, quiero aprovechar esta oportunidad»

Llegó a Arguineguín en noviembre de 2020, poco después de desmantelar el campamento y tras un largo periplo trata de integrarse en la isla que lo acogió

Ingrid Ortiz

Las Palmas de Gran Canaria

Sábado, 19 de julio 2025

En la cultura musulmana, la creencia en Dios y en el destino actúa, en muchas ocasiones, como el motor que sostiene la esperanza en momentos de incertidumbre. De ahí que quienes se lanzan al mar rezando por no morir y cruzan ilesos ese cementerio azul sientan que se les ha concedido una nueva oportunidad. Una que, sin embargo, también viene cargada de numerosos obstáculos y pocas certezas.

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Hace ya cinco años que Badr Zoubir llegó a Gran Canaria, el 9 de noviembre de 2020, apenas unas semanas antes de se desalojara definitivamente el mal llamado campamento de Arguineguín, improvisado durante el contexto de la pandemia y donde se llegaron a hacinar hasta 2.600 personas. Desde entonces, aunque su trayectoria ha estado marcada por constantes traslados, esperas y decisiones impuestas por la emergencia, asegura que ha conseguido un cambio de vida.

Salvamento Marítimo rescató a su embarcación a unas 16 millas de la costa. Procedía de Dajla, en el Sahara Occidental, y en ella viajaron durante tres días sus 26 ocupantes, incluyendo dos menores de edad. «El trayecto fue tranquilo durante los dos primeros días pero el último quedamos atrapados en lo que llamábamos la 'sartén', una zona donde concluyen muchas corrientes de todos lados y encima llovía. Ahí lo pasamos muy mal», recuerda.

Tenía 27 años cuando dejó atrás a sus cuatro hermanos mayores, diez sobrinos y a su madre. También una vida «complicada» que lo metía en «muchos problemas». A su llegada, se encontró con los protocolos sanitarios para detectar a los posibles infectados de covid: una PCR inicial, mascarillas que no se renovaban lo suficiente y una cuarentena en la que la falta de espacio impedía garantizar la distancia con el resto. «Cuando llegamos ya habían instalado carpas y más o menos cabíamos todos, pero la semana siguiente llegaron más y estábamos petados», asegura.

Aunque la situación en el muelle había mejorado con respecto al verano, gracias a los nuevos recursos que puso en marcha el Plan Canarias, las condiciones seguían siendo precarias. Los migrantes no podían salir del recinto y las derivaciones a península no eran todo lo ágiles que se esperaba, lo que generaba tensiones con las fuerzas policiales encargadas de la supervisión de aquel espacio.

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«Siempre hay dos caras de una misma moneda: en general los voluntarios nos trataron bien. Nos tocaron policías buenos y algunos malos que hasta pegaron a gente que no había hecho nada. También soy consciente de que algunos vienen y se meten en líos pero otros no», comenta Zoubir.

La apremiante necesidad de despejar el muelle llevó a algunos empresarios afectados por el cero turístico a ofrecer sus hoteles y apartamentos como alternativas. Así, al cabo de tres días el joven marroquí fue trasladado a los apartamentos Canaima, y no fue hasta febrero de 2021 cuando le derivan al campamento Las Raíces, en Tenerife, uno de los centros más problemáticos en cuanto a condiciones de vida.

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Con hasta 2.600 personas alojadas, el nuevo recurso sufría graves deficiencias: las carpas se inundaban cuando llovía, la comida era irregular y el frío afectaba la convivencia. «Cuando llovía, el agua estaba hasta las rodillas... era un desastre. La comida también, un día sí, un día no», describe. «Había miedo y nervios. La gente no sabía qué iba a pasar al día siguiente y eso generaba conflictos».

Arcadio Suárez

Un nuevo enfoque

Sin embargo, Zoubir supo sacar algo positivo de aquella experiencia y su papel comenzó a cambiar. En Las Raíces, faltos de personal, se convirtió en un referente para mediar entre los voluntarios y los migrantes del centro gracias a sus conocimientos del idioma. «Siempre me ha gustado el español y me ha salvado mucho», afirma el joven, que lo estudió tres años en la universidad en Dajla y, una vez en Canarias, se ha esforzado por irlo perfeccionando.

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Gracias a eso, hizo grandes amistades y encontró en ellas una familia. «Me llevaban a su casa, no me dejaban quedarme mucho en el campamento», recuerda con gratitud. En junio ya trabajaba asiduamente con Cruz Roja y Accem y así conoció a la que ahora considera una de sus mejores amigas y un gran apoyo .

Cuando tuvo oportunidad, Zoubir intentó desplazarse a la península para tratar de dar el salto a Suecia. No es que nadie estuviera allí esperándole, pero había escuchado de compañeros que era un buen país para empezar a trabajar y conseguir un futuro estable. Sin embargo, no pasó del aeropuerto, ya que no disponía ni de papeles ni de pasaporte. Fue entonces cuando decidió volver a Gran Canaria: «Pensé que el destino quería que me quedara aquí. Un año atrás estaba con una manta en una carpa, y ahora tenía un techo. No quería solo sobrevivir. Quería devolver algo de lo que me habían dado», reflexiona.

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Esta idea fue tomando forma con el tiempo. En 2023 consiguió regularizar sus papeles y comenzó a trabajar en hostelería, pero su vocación era otra. Gracias a los contactos que había hecho en Las Raíces y la experiencia adquirida, consiguió un puesto en Cruz Blanca, donde trabaja actualmente dando asistencia a otros migrantes. «No vine para estar en la calle ni arriesgué la vida para nada», resalta. «Ahora tengo una vida estable: tengo un contrato, cotizo, ayudo a otras personas (...) Hay quienes podemos aportar mucho». Para él, la integración no es una meta, sino un camino que quiere seguir recorriendo.

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