Los hombres del lugar
Hay que saludar con alborozo la recuperación por parte de la editorial Contraseña de una de las grandes novelas de Ramón J. Sender, El lugar de un hombre, publicada por primera vez en el exilio mexicano en 1939
Hay que saludar con alborozo la recuperación por parte de la editorial Contraseña de una de las grandes novelas de Ramón J. Sender, El lugar ... de un hombre, publicada por primera vez en el exilio mexicano en 1939. La narración se alimenta de algunas experiencias de su infancia en Huesca y del llamado Crimen de Cuenca, que indagó como reportero cuando en 1926 apareció con vida su presunta víctima y quedó al descubierto el grueso error judicial que había enviado a dos inocentes a prisión.
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La novela, aun con sus licencias, ayuda a formarse de aquel episodio un cuadro más complejo que el que ha quedado en la memoria colectiva, gracias sobre todo a la película de Pilar Miró. A Gregorio Valero y León Sánchez no los avasallaron sólo unos guardias civiles, al someterlos a unas torturas que, más allá de los castigos concretos que se les aplicaran, y a pesar de los dos informes médicos que obran en las actuaciones certificando que los detenidos no mostraban lesión alguna, es más que probable que se les infligieran. Lo que los puso ante el jurado popular que los condenó tras su confesión en la vista oral, años después de su detención primera, fue un entramado mucho más amplio.
De cuenta Sender en la novela de buena parte de ese tejido funesto, comenzando por una figura comúnmente omitida, la del juez de instrucción Isasa, quien, espoleado por ciertos sectores del pueblo de José María Grimaldos, alias el Cepa, el pastor de ovejas desaparecido, señaló como asesinos a Valero y a Sánchez. Su empeño en procesarlos, pese a que la Audiencia devolvió dos veces el sumario por falta de pruebas, fue el impulso crucial que condujo al deplorable desenlace. Otro factor que expone el autor es la politización de la causa, dentro del pulso entre los caciques conservadores y liberales que en el campo español marcaba el paso de la Restauración. Con o sin fundamento, a los acusados, además de malos tratos previos al Cepa —al que Sender describe en su crónica como «anormal, quizá idiota»—, se les achacaban querencias libertarias, lo que pudo contribuir a atropellarlos.
En El lugar de un hombre, y a través del cataclismo que causa la ausencia de Sabino —el trasunto ficticio del Cepa—, Sender traza un retrato amargo y certero de un país donde las espesas rencillas entre los hombres del lugar provocan una y otra vez, en palabras del narrador de la novela, que ninguna de las cosas decisivas —tampoco la justicia— las resuelva la razón. Un siglo después, el diagnóstico conserva dolorosa actualidad.
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